La revelación de la existencia de un menú exclusivo para determinados reclusos dentro de las cárceles La Joya y la Joyita, además de los constantes abusos de los detenidos en las cárceles panameñas, son sólo parte de las desigualdades que se viven en estos sitios, convertidos en universidades del crimen.
Ahora resulta que en otros centros de detención, hasta los custodios exigen a los familiares que les compren comida de cierto restaurante para poder pasarle a los detenidos sus suministros y demás alimentos de la semana.
La cuestión no es si un narcotraficante o un preso de elevada categoría recibe beneficios, mientras que otros se mueren de hambre. El asunto es que las cárceles se han convertido en una especie de depósito de mala muerte, que no brindan oportunidades de resocialización o preparación laboral para el individuo que salga de allí en el futuro.
Da lástima ver que un país tan pequeño como Panamá tenga una de las poblaciones penales más problemáticas. Según la ILANUD, organismo especializado que monitorea la situación de los reclusos en América Latina, nuestro país tiene más de 8, 200 detenidos. Por cada cien mil habitantes, hay 335 personas en prisión y la ocupación carcelaria sobrepasó sus límites hace mucho tiempo, pues tiene un 137%.
Preocupante también es la elevada mora judicial de los detenidos, un 58% de los mismos no se les ha resuelto sus casos y hay personas que fueron arrestados, pero se pasan hasta cinco años en la cárcel siendo inocentes.
Construir nuevas prisiones tampoco es la solución.
Si creamos más trabajos, si educamos bien a nuestra población y ponemos a los jóvenes en actividades recreativas, otro país tendremos.