Deuda en países pobres tiene cara de niño
Redacción
Crítica en Línea
La mayor parte del peso de la deuda externa recae sobre las mentes y los cuerpos de los niños, matando a algunos y atrofiando a otros de tal manera que nunca pueden desarrollarse plenamente. La deuda los priva de la vacunación contra enfermedades que, a pesar de ser fatales, se pueden prevenir con facilidad. Condena a los niños a una vida sin educación o -en el caso de quienes pueden asistir a la escuela- a estudiar en aulas sin techo, pupitres, pizarras, ni libros, y a veces hasta sin lápices. Y los deja huérfanos, ya que cientos de miles de madres mueren anualmente mientras dan a luz, como resultado de insuficiencias en la atención de la salud y en la prestación de otros servicios, que la pobreza perpetúa. Sin duda, gran parte de la responsabilidad les cabe a los gobiernos de los países en desarrollo que favorecen a las minorías privilegiadas en detrimento de los pobres. Pero debido a las condiciones de la deuda, a muchos les resulta difícil reestructurar sus presupuestos para conceder prioridad a las cuestiones relacionadas con los niños, aunque tengan la intención de hacerlo. Y aún cuando los gobiernos aprueben esos cambios, las demandas de la deuda externa imposibilitan prácticamente su éxito. Los países de Africa al sur del Sahara, por ejemplo, gastan más en el servicio de su deuda de 200.000 millones de dólares estadounidenses que en la salud y la educación de sus 306 millones de niños. Se trata de un patrón económicamente insensato y moralmente indefensible. Cada recién nacido en Mauritania llega al mundo con una deuda de 997 dólares; en Nicaragua, cada lactante inicia la vida con una deuda de 1.213 dólares, y en el Congo, de 1.872 dólares. En los países en desarrollo en general, el promedio per cápita de la deuda es de 417 dólares. Sin embargo, en 1990 - hace ya un decenio- los 71 jefes de Estado y Gobierno que asistieron a la Cumbre Mundial en favor de la Infancia se comprometieron a tomar "medidas que reduzcan la carga de la deuda" como parte de una "lucha a nivel mundial contra la pobreza". Esos dirigentes afirmaron que era fundamental "seguir prestando atención urgente a una solución amplia y duradera de los problemas de la deuda externa, que afectan a los países deudores en desarrollo". Los líderes mundiales brindaron su apoyo a la Convención Mundial sobre los Derechos del Niño, que había sido aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el año previo y que ya ha sido ratificada, con dos excepciones, por todas las naciones del mundo. Asimismo, se comprometieron a conquistar un conjunto de metas para este año. Entre ellas, la reducción a la mitad de la desnutrición de los menores de cinco años y en una tercera parte las tasas de mortalidad de ese sector de la población. También establecieron su compromiso de reducir a la mitad las tasas de mortalidad materna, a brindar a todos los niños acceso a la educación primaria y a inmunizar a un 90% de los lactantes del mundo. La deuda externa representa una grave amenaza para la consecución de esas metas. La resolución de la crisis de la deuda no garantiza por sí misma la conquista de esos objetivos, ya que por ello resulta imprescindible contar con políticas nacionales aceleradas. Pero si no se soluciona el problema, no existe ninguna posibilidad de que se puedan establecer las políticas nacionales adecuadas ni lograr esas metas, no sólo en el año 2000, sino en el futuro más previsible. La deuda no es intrínsecamente mala. Sin duda, cuando se presta o se toma prestado dinero y se emplea sabiamente, se promueve el crecimiento y se mejora la vida de la gente. Las crisis de la deuda ni siquiera son un fenómeno nuevo, ya que las antiguas ciudades-estados de Grecia no pagaban a veces las deudas que contraían con el templo de Delos. Pero debido a que la crisis actual afecta a muchos de los países más pobres del mundo, los niveles de endeudamiento afectan particularmente la capacidad de acción de los países. La crisis tuvo sus orígenes a principios del decenio de 1970, cuando los países de la OPEP aumentaron radicalmente los precios del petróleo y depositaron sus mayores ingresos en bancos occidentales. Los bancos que debían pagar los intereses de esos depósitos, se lanzaron velozmente a la búsqueda de prestatarios en los países en desarrollo. Descubrieron que el mundo en desarrollo necesitaba efectivo para invertir en proyectos de infraestructura e industria, y para poder pagar los precios más elevados del petróleo. En un mundo aparentemente inundado de dinero, se otorgaron a diestra y siniestra préstamos privados, y con frecuencia imprudentes, a los países en desarrollo. Los países ricos y las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) también concedieron préstamos a países de escasos recursos que ofrecían pocas garantías. Los países en desarrollo se dejaron llevar por la tentación, igualmente imprudente, que representaban las bajas tasas de interés, a menudo menores que la tasa de inflación. Confiados en que sus productos de exportación mantendrían sus altos precios y que las tasas de interés permanecerían bajas, apostaron a que podrían cancelar la deuda con facilidad. Gran parte del dinero que tomaron prestado se destinó a proyectos inadecuados y a la compra de armas, y hasta fue depositada en cuentas bancarias personales en el exterior. los pobres, las mujeres y los niños recibieron una parte de esos fondos.
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Los países en desarrollo se dejaron llevar por la tentación, igualmente imprudente, que representaban las bajas tasas de interés, a menudo menores que la tasa de inflación. Confiados en que sus productos de exportación mantendrían sus altos precios y que las tasas de interés permanecerían bajas, apostaron a que podrían cancelar la deuda con facilidad. Gran parte del dinero que tomaron prestado se destinó a proyectos inadecuados y a la compra de armas, y hasta fue depositada en cuentas bancarias personales en el exterior. los pobres, las mujeres y los niños recibieron una parte de esos fondos.
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