En nuestro modo de hablar, la utilización de "palabras obscenas" se ha convertido en algo supernatural y común.
Las palabras obscenas están a la orden del día y no discriminan edad, profesión ni sexo.
Los niños copian a sus adultos y no son la excepción. Cuantos de nosotros no hemos escuchado a pequeños, no mayores de seis años, decir una de esas palabras, cuyo significado ni siquiera conocen.
Pero los niños son los menos. A cuántos adultos no ha escuchado usted soltar una de esas palabras en medio de un restaurante, café o cine. Peor aún, actualmente es de lo más normal pronunciarlas.
En las oficinas, también se escuchan. Profesionales con altos cargos, quienes han pasado por un colegio y una universidad y que suponemos tienen un alto nivel educacional, las dicen sin reparos.
Pero lo peor es escuchar esa forma de expresarse de una mujer. La dama deja de ser dama, y si se pronuncian frente a un varón, le resta femineidad y quizás hasta el respeto.
No conformes con decirlas, los ciudadanos las acompañan con gestos vulgares.
Da mucha tristeza que esas "palabras sucias" sean aprendidas en el seno del hogar familiar. "Si mamá y papá las usan", los hijos asumen que esto no es nada malo.
Se pronuncian tantas veces, que ya se han adoptado como parte del léxico diario.
Si Miguel de Cervantes Saavedra estuviera vivo, se espantaría de lo mal que se utiliza el idioma castellano, más cuando lo "desfiguramos" con frases obscenas.
Ser buen ciudadano incluye mejorar el vocabulario. La próxima vez que mantenga una conversación, haga el fiel propósito de no utilizar "malas palabras".