Estados Unidos inicia hoy una etapa trascendental en su historia. Barack Obama, un mulato de padre keniano, criado por blancos y con crianza en Hawaii e Indonesia, toma posesión como Presidente de la nación más poderosa del mundo.
Pero el poder del gigante ha venido en merma. La Unión Americana vive hoy día tres crisis: una económica, con el colapso de su sistema financiero, la quiebra de bancos, la pérdida de cientos de miles de empleos y un déficit presupuestario con cifras que tienen más ceros de los que se pueden contar; una militar, estando su ejército exigido al límite en guerras no ganadas en Irak y Afganistán; y una de imagen y credibilidad internacional, manchada por las mundialmente impopulares políticas de la administración Bush.
Si hay algo que se le puede acreditar a Obama -aún sin haber tomado posesión- es haber regenerado el llamado Sueño Americano; aquel concepto de que cualquier ciudadano de ese país puede triunfar usando como única arma su trabajo.
El nuevo presidente tiene a su favor unos elevadísimos niveles de aceptación, que superan el 80%. La comunidad internacional le ha dado un voto de confianza, e importantes líderes de Europa y América han mostrado disposición a trabajar con él para salir del atolladero económico.
Pero Obama tiene tareas harto difíciles por delante y las expectativas sobre él son tal vez demasiado altas. Sus primeros meses -o años- deberá dedicarlos a arreglar los desastres y desatinos dejados por Bush, y solo los últimos años, quizá en un segundo período, Obama podrá poner en práctica las promesas originales de su campaña, antes de que se desatara de lleno la crisis.
Esperemos que Obama y su equipo estén a la altura de todo lo que el mundo espera de ellos, ya que si Estados Unidos se hunde más, nos arrastrará a todos hacia el abismo.