Los celos y la percepción de posesión hacia la pareja son sentimientos propios de cualquier persona que se confiese que haya amado realmente. Si bien son perfectamente naturales, es cuando estas pasiones son llevadas al extremo que las relaciones resultan en desenlaces extremos.
Hace tres días atrás, en Panamá tuvimos un nuevo y dramático ejemplo de lo que sucede cuando un hombre es incapaz de sobreponerse a sus inseguridades y su egoísmo.
El machismo latinoamericano -más que un defecto cultural- es sencillamente la vía más fácil de desahogar violenta y humillantemente las propias frustraciones y fracaso personal en quienes no pueden devolver el golpe de la misma forma: una mujer.
Uno de los aspectos más estremecedores del homicidio de Beikis Ceballos, es que su verdugo no sólo era su ex pareja, sino un agente del orden público; una persona que supuestamente hizo votos de proteger y defender al prójimo y a los más vulnerables.
Hasta ese punto llega la irracionalidad de los celos de algunos hombres: la necesidad sin sentido de controlar absolutamente la vida de la pareja se vuelve una obsesión, y no les importa si hay hijos de por medio que pueden quedar en la orfandad.
La característica que separa a los hombres hechos y derechos de los inseguros es la capacidad de controlar y canalizar positivamente sus sentimientos, sin importar qué tan intensos sean.
Los verdaderos hombres son capaces de distinguir cuáles son las luchas que valen la pena, y sobre todo, cómo deben ser luchadas. A final de cuentas, la prioridad de cualquiera que se defina como "macho" es velar por la seguridad y bienestar de su familia el 100% del tiempo.