domingo 2 de enero de 2011 

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Memoria artística de don Ricardo Conte Porras

José Morales Vásquez | Investigador de Arte

Parte final de las publicaciones dedicadas a la memoria artística de don Ricardo (Dicky) Conte Porras.

Hoy, con la belleza que envuelve el acto de recordar, don Dicky trae una anécdota y nos dice, muy orgulloso, que conserva un cuadro de Amador "es un pedazo del parque de Nueva York.. ¡1913!" -haciendo énfasis en la remota fecha-, luego le pidió " don Manuel, fírmemelo", a lo que el maestro procedió a plasmar sus iniciales: "M. E. A.", ocurrencia que se le antojó a Conte Porras como de picardía y broma.

"Está pintado en madera y lo barnizo a cada rato para que se conserve", explica el procedimiento con el que cuida su 'tesoro', símbolo de la herencia artística que le legara el maestro Amador. Residían ambos en San Felipe, y Manuel Amador se levantaba temprano y lo llamaba "¡Dicky, mira estos amaneceres!".

Recordando que el alba estaba entre los placeres plásticos de Amador, Conte observa que los pintores de ahora no colorean los amaneceres "porque son fuertes y prefieren unos azules suaves".

Solía pintar acuarelas con "una limpieza de procedimiento", a juicio de Fernando Carchen y con motivos inspirados en el Casco Viejo y en la naturaleza. Tronco de mango, acuarela elogiada por Enrique Ruiz Vernacci, fue expuesta en el Instituto Nacional con motivo de la III Exposición de Artes Plásticas en 1950, una de las pocas muestras públicas que Conte hace de su trabajo.

De las ocasiones especiales en que el público panameño pudo admirar la obra del artista de 84 años se mencionan en algunas crónicas periodísticas la primera de estas, realizada en mayo de 1930, en el Club Unión; en 1935 expone en la Casa del Maestro; la Alianza Juvenil de Escritores y Artistas Panameños organiza en 1940 una muestra en el Instituto Nacional y en 1945 toma lugar el 1.er Salón de la Pintura de los Artistas Panameños en el Paraninfo Universitario y Conte participa con sus cuadros.

Dejada de lado la acuarela y apático a los trajines del mercadeo que oprime cada vez más a la plástica mundial, Ricardo Conte, actualmente jubilado después de trabajar 45 años en el Ministerio de Hacienda, vuelve al flexible óleo y elabora paisajes impresionistas que retratan las olas, el puerto y el poblado de Taboga; en otros están plasmadas las calles estrechas del Penonomé de sus antepasados, la casa de la abuela y la silvestre vegetación interiorana.

La ardilla es el elemento que él mismo reconoce como recurrente en su obra. Y aunque el escurridizo animal no lo sea, de inmediato queda bautizado como tal. Repetido en más de un cuadro, con la explicación que don Dicky ofrece de la armoniosa convivencia que él y de la que fuera su esposa por 50 años tenían con las ardillas en una casa a la que estos animales llegaban para ser alimentados, este símbolo sobrepasa el significado plástico para ser algo más.

Por una postal del impresionista francés Monet llegada a su correo -regalo de una hija residente en Europa- Conte recibe ese primer impacto que toma cuerpo y se adhiere a la piel del creador. Las manchas toman control sobre sus pinceles y son estos los óleos que reposan en los mejores rincones de las casas de sus familiares y amigos.

Por la época en que Ricardo Conte Porras esbozaba por primera vez paredes y calles en San Felipe.

La Ciudad de las Luces crecía sobre la base de la consolidación de ser el icono geográfico de la cultura universal. Definitivamente que Francia ronda aún por la mente del pintor y tomó este país, en algún momento, forma de alas de la creatividad en este autodidacta del color.

La casa de Pier Lacroix, óleo sobre tela que Paul Cezzane pintara en 1873 en honor al ¡Tío Lacroix", personaje que ayudaba económicamente a los pintores jóvenes, es la pintura -y por ende su autor- que elige Conte en su memoria selectiva para la plástica. Francoise Sagan es una escritora francesa que inició la costumbre de tomar prestados los títulos de sus 42 obras con la primera de ellas y que también es la favorita del pintor, Buenos días, tristeza (frase de Paul Éluard).

"Precioso libro", comenta en medio de un suspiro que por sutil que parezca, lo suelta un hombre "apasionado", según la hija, con un espíritu vigoroso y lleno de bondad que lo transforma en mucho más que un artista.

Los sabios cabellos blancos que no le podían permitir terminar esta conversación sin una anécdota ocurrida entre artistas y, además, rica, aleccionadora y hasta con su toque de humor. Cuenta que en una conversación sostenida entre Roberto Lewis y Manuel Amador, dice el primero "Dios primero dibujó al hombre de la arena" y Amador responde: "por eso fue que le quedó tan mal".

 


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