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El o�do del capataz

Hermano Pablo | Reverendo

Durante treinta y cinco a�os, Don Abelardo Y��ez trabaj� para el ferrocarril como capataz. Su deber era velar por el buen estado de los rieles y los durmientes para que los trenes pudieran correr siempre con seguridad por los caminos de hierro.

Cuando se jubil�, se fue a vivir a una casita al lado de las v�as, donde pod�a seguir viendo el incesante ir y venir de los convoyes. Su casa estaba entre las v�as y una ruidosa avenida de mucho tr�nsito. Adem�s, en la casa hab�a radio, televisor, ni�os y perros, de modo que Don Abelardo viv�a en medio de toda clase de ruidos.

Un d�a, al pasar a toda marcha uno de los trenes frente a su casita, el viejo capataz sinti� un peque�o chasquido. Cuando pas� un segundo tren, el ruido se hizo inconfundible: uno de los rieles estaba quebrado y no tardar�a en provocar un accidente. Con la premura que el caso requer�a, mand� a uno de sus nietos a dar aviso a la estaci�n vecina.

Cuando lleg� la cuadrilla de arreglos, comprobaron la verdad. Un riel estaba completamente quebrado. De ese modo se evit� lo que hubiera sido otra tragedia de ferrocarril.

As� como don Abelardo, nosotros tambi�n vivimos rodeados de toda clase de ruidos. Son ruidos estridentes, ensordecedores, embotadores; ruidos de los grandes negocios que hacemos; ruidos de las fiestas con licor y sexo; ruidos de las playas, de los teatros, de los cabarets; ruidos de la radio, de la televisi�n, de los estadios deportivos y de los conciertos de m�sica popular.

Nuestro mundo moderno es un infierno de ruidos. Y pocos, muy pocos, son los que est�n oyendo los crujidos que emite nuestra civilizaci�n, que ya no soporta el peso de tanta carga. Y pocos son tambi�n los que se aperciben del peligro inminente y se ponen en guardia contra la quiebra total de la humanidad.

Sin embargo, en medio de todo ese ruido, la voz serena del Cristo eterno sigue llamando. "Mant�nganse despiertos -nos advierte-, porque no saben qu� d�a vendr� su Se�or" (Mateo 24: 42).

Es tiempo de escuchar los mensajes de aviso. �Cristo nos llama hoy! Ma�ana puede ser tarde.



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