Hay un libro, tesoro de un pueblo, que es hoy f�bula y ludibrio de la tierra, y que fue en tiempo pasado la estrella de Oriente, donde han ido a beber su divina inspiraci�n todos los grandes poetas de las regiones occidentales del mundo y en el cual han aprendido el secreto de levantar los corazones y de arrebatar las almas con sobrehumanas y misteriosas armon�as. Ese libro maravilloso es "La Biblia" por excelencia.
En el aprendi� Petrarca a modular sus gemidos; en el vio Dante sus terror�ficas visiones; de aquella fragua encendida saco el poeta Sorrento los espl�ndidos resplandores de sus cantos. Sin el Milton no hubiera sorprendido a la mujer en su primera flaqueza, al hombre en su primera conquista, a Dios en su primer ce�o; ni hubiera podido decir a las gentes las tragedias del Para�so, ni cantar, con acento de dolor, la mala aventura y triste hado del humano linaje.
Comienza con el G�nesis, que es un idilio; y acaba con la primera brisa que refresc� a los mundos como la primera aurora que pronunciaron los hombres; como el primer sol que apareci� en Oriente. El Apocalipsis de San Juan es triste como la �ltima palpitaci�n de la naturaleza, como el �ltimo rayo de luz, como la �ltima mirada de un moribundo.
Y en este himno f�nebre y aquel idilio, vense pasar, unas en pos de otras todos los pueblos; las tribulaciones con sus patriarcas; las rep�blicas con sus emperadores, Babilonia pasa con su abominaci�n, N�nive con su pompa; Menfis con sus sacerdocios; Jerusal�n con sus profetas y su templo; Atenas con sus artes y sus h�roes, Roma con su diadema y con sus despojos del mundo. Nada esta firme sino Dios, todo lo dem�s pasa y muere, como pasa y muere la espuma que deshace la ola.
Se�or lector, transcrib� este precioso y emotivo escrito del escritor espa�ol del siglo XIX, Donoso Cortes. Interesante espejo del alma por la brillante exposici�n po�tica.
