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  OPINION

COMENTARIO
Jesús en el presente

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Tomás Ernesto Díaz Villa

Hace dos mil años, se extendió por el mundo una nueva doctrina de comprensión y de paz, de amor y de perdón, que rápidamente se convirtió en la religión de la gran mayoría de la humanidad.

El dominio de la fuerza, el imperio de un paganismo hinchado de superficiales vanidades, que se afirmaba en la explotación de las minorías privilegiadas a costa de la miseria y el hambre, el dolor y la ignorancia de las grandes mayorías populares, sufrió su primer estremecimiento demoledor.

El gestor y orientador de ese movimiento revolucionario, que utilizaba los recursos del conocimiento en lugar de la espada, fue Jesús, un humilde obrero, que se había hecho un símbolo de redención para los pescadores y los campesinos, para los pobres y los humildes.

Nacido El mismo en la humanidad, crecido en el ambiente de pobreza de una comunidad dominada por fuerzas extrañas, logró interpretar los más profundos sentimientos de su colectividad, y dedicó su vida a la lucha por el equilibrio socioeconómico que habría de conducir a la libertad y a la justicia social en el mundo de entonces.

Fue necesario que el propio Hijo de Dios viniera al mundo, dispuesto al sacrificio, para que la humanidad escuchara la voz de la redención.

En cumplimiento de esa misión sublime, Jesús recorrió los campos de Galilea para sembrar, con su dulce palabra de amor, la fe y la esperanza en los corazones oprimidos.

Y fue necesario que derramara su sangre, que rodara sobre las duras piedras del camino, que cayeran sobre la humildad el insulto y la tortura, que expiara en la cruz entre los ladrones, para que su doctrina de bondad y comprensión lograra conmover los corazones de los ricos y los poderosos, endurecidos por los egoísmos y las ambiciones.

Hoy conmemora el mundo cristiano aquella gesta gloriosa del símbolo de la humanidad levantando su bandera de amor y de perdón, para dominar espiritualmente el poderoso imperio guerrero de los romanos.

Y hoy como ayer, la doctrina de una existencia más equilibrada, el credo del amor y de la paz, el principio de que solamente cuando los pocos que muchos tienen renuncien siquiera a parte de sus privilegios, en beneficio de los muchos que no tienen nada, sigue elevándose en el cielo de la esperanza como única posibilidad de salvación de la humanidad.

 

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