LA "JUNTA DE EMBARRE" SIGUE VIVA EN LOS CAMPOS PANAMEÕS
Una casa de quincha para "Jique" Díaz

Eduardo Soto P.
Crítica en Línea

La saloma se escuchaba detrás de los cerros pelados. Volaba, como ave del desierto. El carro avanzó un poco más de un kilómetro por los páramos herreranos antes de llegar. En el cenit, un sol despiadado lanzaba sus rayos incólumes sobre la tierra yerma, de donde se levantaban vapores alucinantes. Los cantores, quienes primero se oían como un rumor fanstasmal, amarillo cual recuerdos lejanos, se tornaron inmediatos cuando el conductor bajó las ventanas, y también se coló un calor hiriente e invasivo. La imagen de ellos, con sus pies de barro, penetró en el carro con los clamores guturales de aquellas salomas que fueron de pronto íntimas.

Ahí estaban, atenazados de brazos y hombros, con sombreros pintados y pantalones a la rodilla, pisoteando el fango amelcochado con paja. Salomaban, salomaban y salomaban. A un costado, se levantaba una raquítica estructura de madera. Era el alma de una casa, y los campesinos le estaban poniendo el cuerpo de lodo.

"Voy a vivir aquí solo porque no tengo mujer", dijo "Jique" Díaz, el dueño, mientras miraba con recelo la coraza plateada de la pequeña grabadora. Habló con despecho de las otras dos casas que le ayudaron a construir y de donde, según contó, "me corrieron para quitarme las fincas".

Explicó que desde las siete de la mañana no menos de cuarenta vecinos se reunieron en ese terreno para levantarle la casa. Usan una cañaza a la que llaman "lata", y que el maestro Baltazar Isaza Calderón define como tiras de madera ahuecada, como la caña brava, que en las construcciones campesinas se utiliza, en series paralelas, como armazón de las paredes. El barro pisado con la paja se va colocando a manera de masa sobre las cañazas. El trabajo, para una casa como la de "Jique" con cuatro habitaciones, no tomó más de ocho horas y diez botellas de seco herrerano. Desde muy temprano, las mujeres iniciaron la preparación del sancocho, del que por esas horas no había ni rastro.

"Jique" se puso a recitarle versos al Cristo crucificado mientras les iba pasando tragos a los amigos que le estaban ayudando, primero como gesto de buena voluntad, y segundo para "ganar peón". Pronto le tocará al viejo Díaz ir a pisar barro y paja, o recoger los cultivos de algún vecino, como pago por el apoyo que ese día le dieron.

A las tres de la tarde el trabajo había terminado, y los vecinos querían seguir la fiesta. "Sólo falta el techo y la puerta y eso lo pongo yo", dijo "Jique" riendo.

Salir de La Candelaria, rumbo a Pesé, no fue tan fácil como llegar. No había señales. No había rumores de canto, de saloma de chapoteo sobre barro.


 

 

 

 

 

 



 

En el pueblo de "La Candelaria", en el distrito de Pesé, el periodista encontró a Enrique "Jique" Díaz, un pintoresco hombre de campo que vive solo y compone décimas. 40 amigos se levantaron temprano el Sábado de Gloria para construirle una casa nueva. Los hombres salomaron desde que salió el sol hasta las tres de la tarde

 

PORTADA | NACIONALES | RELATOS | OPINION | PROVINCIAS | DEPORTES | LATINOAMERICA | COMUNIDAD | REPORTAJES | VARIEDADES | CRONICA ROJA | EDICION DE HOY | EDICIONES ANTERIORES


 

 Copyright 1996-1998, Derechos Reservados EPASA, Editora Panamá América, S.A.