Occidente ha mostrado muchas veces tener una moral de doble rostro, sobre todo cuando se trata de intervenir en los asuntos de naciones que contravienen sus postulados sobre democracia.
Una coalición encabezada por Estados Unidos e Inglaterra invadió Irak, derrocó a Saddam Hussein, so pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva, algo que nunca pudo ser comprobado y que a la fecha podría ser una vulgar mentira.
Ahora han puesto en la mira a Libia y Muamar el Gadafi de quien, 42 años después de gobernar el país con mano de hierro, descubren que es un dictador inestable, excéntrico, cruel y demencial, todo esto sin negar que en verdad así es el líder de la revolución verde.
Curiosa es la reacción de los banqueros suizos que después de recibir depósitos por miles de millones de dólares del líder libio, ahora comienzan a sospechar que han sido fondos mal adquiridos y pertenecientes al pueblo.
Un dictador se mantiene si coopera con Estados Unidos y sus aliados, recibe apoyo de sus dirigentes, son justificadas sus acciones, pero solo hasta cuando contradigan las ideas a las que deben lealtad.
Algunos cables internacionales dejan entrever como quien no quiere la cosa, la posibilidad de que los rebeldes que combaten al régimen de Trípoli sean terroristas o que al menos, células de estos grupos radicales se hayan incorporado a los opositores de Gadafi.
De dictador a terrorista a paria internacional, Gadafi ha sido un villano en la realidad africana, pero su papel protagónico parece haber llegado a su final.