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HOJA SUELTA
Mis ventanas

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.
Crítica en Línea

El Chino” fue un muchacho perverso [con toda la carga destructiva que los psiquíatras le dan al término] que asoló el barrio de San Felipe durante 10 años. Tenía un derechazo rotundo, y era el jefe de la pandilla de calle primera, la que resolvía a puño limpio (cuando no a palos y cadenas), sus diferencias de opinión con los demás.

Pues bien, un Año Nuevo, en la boca hedionda y oscura del viejo zaguán de la casa de los pobres, este tipo endemoniado me noqueó.

Noches antes habíamos estado mi hermanazo Manuel (hoy es enfermero en Soná, y lo extraño) y yo, tirando bombitas desde el fondo del zaguán hacia la calle. La macabra intención era, por supuesto, asustar a los ingenuos que pasaban... nada más. Nunca esperamos que quien pasara fuera “El Chino”.

Y pasó.

La bombita le quemó el pantalón. Por cosas del destino fui siempre más rápido de pies que Manuel, y me pinté de colores. Pero él quedó atrapado en el zaguán sin luz con “El Chino”, quien le magulló hasta el cielo de la boca mientras el pobre sólo atinaba a gritar mi nombre (¡craso error!).

“El Chino” se paseó por la casa durante varias noches seguidas, rodeado de una estela de chiquillos de su pandilla... buscando a un tal Eduardo.

Y la noche llegó. Venía yo de la tienda con tres huevos y una botella de cloro entre las manos. Cuando vi a la chiquillería en la puerta del zaguán supe que moriría en ese instante. Ellos me dejaron pasar para que su jefe hablara conmigo. Sólo preguntó: “tú eres Eduardo (...) te voy a yuquear (...) te voy a yuquear” y... soltó la derecha.

Intenté abrir la botella de cloro para lanzar el contenido en sus ojos, pero no atiné, más bien la cerraba más. Eso lo recuerda, mientras se destornilla por la risa, mi compadre Rogelio, quien era uno de los pandilleros que acompañaba a todos lados a “El Chino”, y con los años se convirtió en casi mi hermano gemelo... únicamente nos falta compartir la sangre.

A “El Chino” lo he visto cambiadísimo, es un hombre nuevo [con toda la carga evangélica que tiene el término]. Hoy es un tipo que ha dejado la violencia de lado (llegó a ser oficial de las Fuerzas de Defensa) y está en un apostolado sin igual: ayuda a los jóvenes a salir del infierno de la droga, que él mismo padeció. Me enorgullece ser su amigo.

De ese Año Nuevo recuerdo eso, y aprendí que aunque uno piense que todo está perdido, y no hay solución alguna en esos callejones de una vía, el destino está lleno de puertas y ventanas, que bien pueden ser entrada o de salida... depende de cada cual.

¡Feliz Año!

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