Hace más de cincuenta años la Navidad era sencilla en cuanto a los juguetes que traían el Niño Dios y Santa Claus.
En la calle Primera Parque Lefevre existía en esa época eso del género bien definido.
Los niños recibían revólveres de papelillo, patines y escúteres, bicicletas y uno que otro juego de química.
Todos esos juguetes resaltaban el papel de los varoncitos.
Para las niñas les llegaban las muñecas de trapo y de plástico. Una novedad fue cuando aparecieron las muñecas que se "orinaban"...
No podía faltar el juego de té, para que la niña fuera aprendiendo cómo llevar un hogar.
Todavía en mi memoria veo a las vecinitas muy serias "servir el té" a sus muñecas. A veces querían ponernos a nosotros los varones como sus invitados, cosa que casi siempre se rechazaba.
Desde tempranas horas de la mañana se escuchaban los gritos de alegría, cuando los niños descubrían los juguetes al pie del árbol o Nacimientos.
No era de extrañar escuchar algún llanto o gritos de disgusto, porque no se había recibido el juguete soñado.
Los padres le informaban al pequeño que este año Santa Claus "está pobre". También tenían la excusa que se les olvidó esa casa, porque tenía muchos juguetes que distribuir.
En una o dos ocasiones un niño que veía que su amiguito recibió la bicicleta que había pedido en su carta, quería quitársela diciendo que "esa es la mía".
Realmente recibíamos pocos juguetes porque el dinero no sobraba en el barrio.
Toda la mañana de Navidad era un correr de niños por la calle. Los conductores manejaban con cuidado (cosa que ahora no esté seguro que hagan).
En horas podría darse el fenómeno que algunos niños intercambiaran juguetes, lo que no gustaba a los padres. En la tarde algunos iban a las casas vecinas a recuperarlos.
Lo que más recuerdo eran las "guerras" de buenos y malos con los revólveres brillantes y nuevos. El humo del papelillo inundaba el barrio en algunos sectores.
Aquellos chiquillos que recibieron juguetes caros, como bicicletas, se la pasaban de un lado a otro de la calle, luciéndola.
He ido varios años a la calle donde pasé mi niñez en la mañana de Navidad y todo ha cambiado.
Pocos niños se ven en la vía jugando con sus vecinitos.
Ahora vivimos tiempos en que los padres prefieren que sus hijos estén encerrados en casas y departamentos, y no es las peligrosas calles... ¡Qué lástima!