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Viernes 10 de diciembre de 1999


MENSAJE
Suicidio en una jaula

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Hermano Pablo

Gyorgy Stepcic había ido de Checoslovaquia, su patria, a estudiar a la universidad de Nuremberg, Alemania. Era un joven estudioso y emprendedor. La característica principal de su personalidad era ser muy exigente de sí mismo. Se había propuesto ser el mejor estudiante de su curso en la universidad, y si no lo lograba, iba a morir en el empeño.

Durante dos años sacó el primer puesto en los promedios. Se sentía feliz. Pero en el tercer año aflojó un poco en su capacidad. Perdió algunas notas y su promedio bajó un tanto. Al mismo tiempo, otro estudiante, también estudioso y tenaz, fue escalando posiciones. Ese año Gyorgy Stepcic pasó al segundo lugar. Su compañero le había arrebatado el primer puesto.

El joven checo no dijo nada. En silencio y decepcionado, se encaminó al zoológico de la ciudad. Allí abrió la jaula de los leones y se metió adentro. Inicialmente las sorprendidas fieras no le prestaron mayor atención, pero Gyorgy comenzó a hostilizarlas y provocarlas. Entonces se despertó la fiereza de los leones, y éstos lo atacaron. Uno de ellos le mordió en el cuello, y el muchacho murió desangrado en la jaula.

¿Cuál es nuestra primera reacción ante semejante suicidio? «¡Qué estupidez! -pensamos-. Después de todo, el joven sólo perdió el primer puesto. Todavía era el segundo en la universidad.»

Sin embargo, el orgullo humano suele convertirse en nuestro enemigo mortal. Si las cosas no salen exactamente como nosotros deseamos, si todo en el día no nos sale como a nosotros nos parece que debe salir, entonces, si no llegamos al extremo de suicidarnos, sí nos ensañamos y se aflige nuestro corazón. Nos ponemos huraños, malhumorados, violentos, irascibles.

El contentamiento que es la virtud de tomar las cosas como vienen y poner al mal tiempo buena cara, es una virtud que sólo nace de un alma serena y un corazón limpio y tranquilo. Y esa alma y ese corazón sólo Cristo puede concederlos. Démosle nuestro corazón a Cristo.

 

 

 

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