La canasta básica ha sido el cuco de la economía de los hogares panameños, especialmente en los caseríos dispersos enclavados en las estribaciones de la cordillera central. Educarse es saber aprovecharse de los recursos naturales que el medio nos puede ofrecer y esto convenientemente proviene de una exquisita educación recibida por el individuo; ella nos prepara para enfrentar los riesgos impuestos por los comportamientos de la vida, que en otras palabras acusamos como vaivenes.
Las malas costumbres contraídas de la cultura arcaica aún evidenciadas en las calles de nuestras ciudades de hoy, lo dicen todo. El habitante actual de la ciudad, el dinero les pesa en los bolsillos, salen de él tempranamente, aunque mañana tenga que salir desaforado como judío errante a pedir prestado, a este yo no lo llamo pobre, lo califico con otro epíteto. El que bota lo que tiene a pedir se queda. Los ciudadanos de a pié tienen la conciencia cargare atavismos comulgada por una civilización puramente ficticia que dicen creer tener, pero que desconocen las verdaderas raíces y por ello proceden sin conocimiento de causas, alejados de las reales normas de razonamientos sostenidos por la lógica.
Estas actividades fuera de juicio son de verdad un trago amargo para los que durante toda la vida nos hemos preocupado por los tormentos que sufren en su silencio de tumba, esos agrupados en tanto por cientos alarmantes, clasificados en las encuestas como pobreza extrema. Siempre se han lanzado los mismos denuestos en contra de la canasta básica y esto atrajo la atención de un gobernante en el pasado, quien asistió de incógnito a un juego de azar, observó que no había cabida ni para el clásico alfiler, todo consabido de bote en bote, murmurando, "esta es la miseria que padecemos en Panamá, si estamos así, aquí hay plata para rato". En esta jungla de problemas no podemos identificar cuál es la realidad objetiva. Es necesario tener alma de roca para no sufrir por los que verdaderamente tienen hambre.