No hay absolutamente nada positivo ni constructivo que podamos obtener del odio ni del rencor. El resentimiento extremo es como un cáncer que nos carcome el alma. Si dejamos que este nos controle, al final nos convertimos en almas perdidas, sin vestigio alguno de humanidad.
Muchas veces hemos escuchado frases como estas: "ya le perdoné, pero nunca voy a olvidar lo que me hizo", "yo le pudo perdonar cualquier cosa, menos eso, jamás le perdonaré". Traicionó mi confianza y eso no le perdono", "ya le perdoné, pero nunca más confiare en él (ella)", "si quiere que le perdone, entonces que soporte mi trato, solo así lo podría perdonar", etc., etc., etc. Seguramente tu también has escuchado frases similares a estás, donde el común denominador es que pase lo que pase, no hay perdón.
Si acompañamos el rencor con los deseos de venganza, las cosas empeoran: se vuelven peligrosas. Y así es porque el fuego no se combate con el fuego, sino con agua. Mahatma Ghandi acertadamente dijo una vez: "El problema del ojo por ojo es que al final, todos se quedan ciegos".
Traducción: Si cada vez que sientes que te han hecho algo malo, tienes que devolverlo, creas un círculo vicioso de acción y reacción que no terminará hasta que alguien termine 3 metros bajo tierra.
Y si vemos los noticieros y los periódicos, con todos sus homicidios, heridos y abusos en la familia, veremos los terribles efectos de la venganza y la resistencia a perdonar.
A veces, todo tiene que ver con el orgullo. Muchas de las cosas que consideramos afrentas a nuestro honor son solo "pendejadas", que pueden resolverse hablando. Dejemos a un lado el orgullo, los resentimientos y tomemos nosotros la iniciativa de fumar la pipa de la paz con nuestros familiares distanciados y amigos perdidos; así sabrás qué bien se siente la reconciliación.