El hogar de nuestros días, visto a través de las normativas de la Psicología contemporánea que las rige, no es la institución que rinde los resultados esperables apegados a los preceptos defendidos por la moral. Las guías han desaparecidos o son inoperantes, en desprecio de las correctas estrategias que otrora nos condujeron por el codiciado sendero del triunfo. Esa es la obra estructural que nos ha servido de herramienta poderosa, limpiando los abrojos presentados en forma de confusos torbellinos en la vida. Pero el conocimiento afincado y enmarcado dentro del glorioso ideal, vigilado en estricto régimen disciplinario, sirvieron a esa generación inspeccionada del respeto incondicional, todas las prebendas como máximo tributo, haciendo de la existencia el baluarte codiciado. De los buenos días, aléjese de la conversación que sostiene los mayores, sea honrado, no diga mentiras, devuelva lo que no le pertenece, venga temprano a casa, sea hospitalario. En esta forma el hogar basado todo en la formación del ser pensante en crecimiento físico y mental le transfería a la escuela el elemento acicalado, cuya tarea terminaría, ya muy entrada la adolescencia. Las normas de conducta son el volumen de agua que enriquecen el cauce, mientras más grande es, más gravitante el poder que ejerce. Por desgracia, ya hoy es otro, entrado en desaliño, en completa precipitación, vergonzosa obsesionado como un porfiado al encuentro de la maldita falacia que esconde en su impío corazón al aliento del macabro secreto. Y me es de obediencia pensar que el siniestro mensaje se encuentra enquistado en la menospreciable irresponsabilidad. Es culpa de todo aquel que tenga bajo su tutela un infante y carezca de las aptitudes básicas para conducirlo.
Hemos asistido en fila india a los despojos de la decencia, comprometidos unos más que otros por la ausencia de carácter, denunciada en tono despechado y arrogante, provocando la ridícula pantomima que sirve de pantalla a la torva falacia. El hogar de hoy es muy parecido al cerebro falto de oxígeno acuciado por mantener los últimos retazos de lucidez.
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