MENSAJE
Esclavo por gratitud
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
Sucedió en los días
cuando en América se hacía la compraventa de esclavos africanos.
Uno de esos esclavos, alto y musculoso, en cuyo rostro se leía la
nobleza de carácter, despertó el interés de un caballero
inglés. Este deseaba comprar al esclavo, y con ese fin de encontraba
arreglando el precio con su dueño.
-Si usted me compra- le dijo el esclavo al inglés-, yo nunca le
voy a servir.
El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió
nada. Entró a la oficina del comerciante; pagó el precio por
el esclavo y salió con un documento en la mano.
-Lee esto -le dijo el inglés al atlético e inteligente
esclavo.
El joven leyó el documento y no podía creer lo que leía.
Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que
el precio total de su libertad había sido pagado y que él
ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida
lo que quisiera.
- Dijiste que si yo te compraba, no me servirías -le dijo el inglés-.
Me gusta tu dignidad. Por eso he pagado el precio total de tu libertad,
para que de aquí en adelante seas un hombre libre y digno.
Al joven le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva
y con voz tierna y humilde dijo:
- Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega
a ser necesario, daré la vida por usted.
Esto es muy semejante al sentimiento del alma pecadora hacia su gran
libertador, Jesucristo. Todos estamos esclavizados por alguna mala tendencia
de nuestro ser: la pasión, el vicio, las debilidades, la rebeldía,
el orgullo, los medios. Esas inclinaciones nos esclavizan con cadenas a
veces más fuertes que las de una esclavitud física. Pero Cristo
vino y pagó por completo el precio de nuestra redención. El
derramó en la cruz su sangre preciosa, con la cual compró
la libertad para toda la humanidad. Los que aceptamos y recibimos esa emancipación
estamos libres de toda cadena. Podemos ir adonde querramos, vivir como gustemos
y emprender la obra que deseemos.
La verdadera vida cristiana consiste en la entrega absoluta de nuestro
ser al que nos redimió eternamente. Así como el esclavo africano,
nosotros también podemos decirle a Cristo el Redentor: "Señor,
por amor a ti, y en gratitud por la libertad que me diste, yo voy a servirte,
voy a amarte, voy a obedecerte, voy a seguirte para siempre". Sólo
así seremos cristianos verdaderos.


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