EDITORIAL
Políticos sin hidalguía
Muchos de los políticos
de este tiempo son la antítesis del verdadero político. No
han aprendido la lección de los que les antecedieron en las otrora
grandes jornadas de hacer campaña proselitista.
El político actual -y parece una característica de este
tiempo y de esta generación- es soberbio y arrogante. Cree tener
siempre el monopolio de la verdad y la razón, sobre todo si ocupa
algún cargo de importancia dentro del engranaje gubernamental. Este
político cree que lo que dice o proclama es la última palabra,
por lo que no admite críticas y, mucho menos disidencia. Cualquier
punto de vista contrario al suyo, le merecerá al potencial opositor
el calificativo de "traidor".
Los políticos actuales han perdido la humildad. Se creen predestinados
a ocupar cargos públicos, aunque no hayan hecho méritos para
ello. Gran parte de la culpa la tienen los aduladores y serviles que rodean
a estos personales y que desean eternizarse pegados a la ubre gubernamental.
En los últimos días, hemos visto a un alcalde frenético
amenazar a un periodista y a un Presidente voltearle la espalda a unos estudiantes
en Colón. Tales actitudes, de grosería, no se veían
antes cuando los políticos procedían con más hidalguía.
Y es que los políticos de antaño parecían tener más
escuela de dirigentes. Sabían tratar al público y a los representantes
de los medios de comunicación que son de los que, finalmente, requerirán
para que exalten sus figuras políticas.
Es lamentable que los políticos de ahora no sepan rectificar sus
actuaciones groseras. Pero es que la soberbia y el orgullo no los deja ser
humildes. Creen que se les quita la pátina de sensibilidad o que
hiere su epidermis, el tener que descender del Olimpo de los dioses, donde
se imaginan estar.
El pueblo ha acuñado una frase para estos políticos de
nuevo cuño y es "Bájate de esa nube y ven aquí
a la realidad", como dice un popular bolero. Y es que cuando despierten
de ese sueño, tendrán que vivir la pesadilla de una repulsa
aplastante por parte del pueblo y la sociedad misma.
A muchos de los políticos actuales les reiteramos que sean más
humildes y caballerosos. Que tengan más calidad humana. Nadie puede
comprar ni heredar los puestos públicos, que deben ser para los que
se lo merecen.
Algún día -y esperamos que sea en un futuro cercano- el
pueblo o los electores barrerán sobre la faz del Istmo a tantos políticos
malos, cuya investidura fue fraudulenta. Fueron un fiasco. Confiamos que
el país se depure de estos personajes y surjan para el nuevo milenio
políticos serios y progresistas que no avergonzarán a sus
electores. Este es un deseo unánime del pueblo panameño ante
la afrenta de la grosería y la arrogancia.


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