Cada día que pasa, aumenta la lista de países en Latinoamérica y en todo el mundo, donde la mano certera e imparcial de la justicia está alcanzando a los políticos corruptos, quienes desde lo más encumbrado del Estado, se han dedicado a usurpar los bienes públicos sin mirar en la pobreza y el subdesarrollo en que se debaten todavía extensas regiones del planeta.
Los casos de Brasil con Collor de Mello, Perú con Fujimori y Montesinos, Nicaragua con Arnoldo Alemán y ahora el expresidente Rodríguez, en Costa Rica, son ejemplos alentadores de que estamos viviendo una nueva era en la que el flagelo de la impunidad dejó de ser un muro detrás del cual los gobernantes de la región escondían sus acciones contra una sociedad silenciada.
Pero, no todos los que saquearon las arcas públicas en sus países, han pagado por sus fechorías, ya que gracias a la maniobra que bien podría resumirse en la premisa "hoy por ti y mañana por mí", han logrado huir, cual pillos, y refugiarse en países vecinos a disfrutar de sus bienes mal habidos.
Cuánto más pobres es el país, más repudiable resultan esta clase de delitos cometidos por gente que a veces hasta asiste a misa y dan cuantiosas limosnas, creyendo limpiar así sus pecados y evadir la justicia divina.
Los grilletes y los barrotes de las cárceles, al parecer, están dejando de ser patrimonio exclusivo de los que se robaron una gallina o una lata de leche para alimentar a sus hijos, y ahora sirven también de alojamiento a entorchados de cuello y corbata.
Hasta el magnate ruso Mijail Yordosky, el hombre mas rico de esa nación, que fundó hace diez el imperio petrolero Yukos, se encuentra hoy después de un año, tras las barras de acero de una prisión de alta seguridad en Moscú, acorralado por millonarias deudas con el fisco.
Ojalá esos vientos que soplan barriendo tanta inmundicia, logren despejar el panorama sombrío que caracterizó el siglo pasado y el que acaba de comenzar, y nos traiga a todos un futuro más alentador.