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Miércoles 20 de octubre de 1999


MENSAJE
Las tres marías trilllizas

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Hermano Pablo

Se llamaban María Luz, María Sol y María Lucero. Eran hermanitas, y eran trillizas. Tenían cuatro años de edad. Desde su nacimiento, las tres niñitas, que eran llamadas por los vecinos de ese barrio de Bogotá «Las tres Marías», vivían bajo el signo de la desgracia.

La madre, una mujer mendiga, las había abandonado no bien nacieron. Un diario local las había bautizado y les había buscado un hogar donde las cuidaran. Posteriormente la madre las reclamó para sí, y desde entonces vivían con ella en una humilde vivienda de los suburbios de Bogotá.

La tragedia ocurrió un día en que la madre salió a mendigar por las calles y dejó a las niñas en la casita, cerrando la puerta con llave. Una botella llena de gasolina, destinada a la cocina de la casa, cayó al suelo, y el líquido se inflamó. Las llamas invadieron la casa en un instante, y ante los ojos espantados de los vecinos que nada pudieron hacer por salvarlas, María Sol, María Luz y María Lucero perecieron carbonizadas. Tenían muy bellos nombres, pero un destino trágico.

¡Con cuánta facilidad ocurren tragedias en este mundo! Un simple descuido de una persona puede provocar la muerte de sus seres más queridos o desencadenar una tragedia que lleve ruina y destrucción a cientos o miles de inocentes.

Sin embargo, no tenemos que aflijirnos tanto por «Las tres Marías». A Dios gracias que esas niñitas de cuatro años de edad están ya con Cristo, en el reino de los cielos. Aquel que dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16), ya las recibió en sus brazos. Por los que sí debemos aflijirnos son los grandes, los mayores, los que tienen uso de razón y conciencia de pecado, y viven descuidadamente y por ende a merced de cualquier accidente fortuito.

Cada momento de cada día hay que estar preparado. Nuestra vida es muy insegura. Es Cristo quien ofrece esa preparación.

 

 

 

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