EDITORIAL
Año de los ahorcados e imitación de la vida
Por razones económicas
y causas sentimentales, crece el número de suicidas que deciden quitarse
la vida ahorcándose. Este año 1998, han sido 75 las víctimas,
entre ellas tres mujeres, lo que nos obliga a enfocar este problema social
que se constituye en un estigma de nuestra sociedad,
El deterioro del entorno, con todos sus traumas de violencia y la falta
de motivación por la alegría de vivir que afecta a muchos
ciudadanos, ya ha hecho crisis, aunque los sociólogos locales le
resten importancia porque el número de suicidas en Panamá,
comparado con otras naciones, todavía es muy bajo.
El desaliento es contagioso y una comunidad sin ilusiones proyecta una
sociedad enferma. Los suicidas recurren al método menos estridente
y más barato para quitarse la vida por medio de un cordel o soga
resistente. Pero insistimos en no ser indiferentes con ese problema que
lastima la sensibilidad de todo un pueblo, ya que la opción es deprimente
ante la falta de respuesta de nuestras autoridades que se pierden en las
alturas de la globalización de la economía, pero que no atienden
sencillos problemas domésticos de masas que engrosan la legión
de irredentos porque rumian sus frustraciones y miserias.
En Panamá debemos de despertar optimismo. Hacer que la vida sea
más placentera y que la mayoría de los ciudadanos tengan fe
en el futuro. Eso se ha ido perdiendo en la medida que hemos vendido la
idea de que es más importante el progreso económico que el
bienestar social. Y vemos que cada día hay mayor descontento contra
las privatizaciones y todo lo que tenga sabor a globalización porque
aumenta la carestía de la vida, pero no así los emolumentos
de los asalariados.
En un país como el nuestro, donde es galopante el desempleo y
se le cierran las puertas a elementos cesantes que quieren dejar de serlo,
no debemos extrañarnos que esa sea la actitud de los desheredados
de la fortuna cuando la desesperación y angustia tienda un cerco
sobre sus hogares. Pero podemos evitar que más panameños pierdan
la vida siendo más humanos. Que los servicios públicos los
reciban más panameños con facilidad y con menos trabas burocráticas.
Que los funcionarios sean menos difíciles. Que haya la actitud de
que sea un país más alegre y menos triste. Que no vengan de
afuera a imponernos esquemas extranjeros ni modelos de "american way
of life" para acabar con nuestra alma provinciana.
Preferimos quedarnos así con nuestro bucólico ambiente
que adoptar la dureza de la jungla de acero y cemento. En la medida que
rectifiquemos, habrá menos suicidas y ahorcados por imitar un estilo
de vida que no es el nuestro.


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