MENSAJE
Comenzó como un juego
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
Comenzó así
como un juego, y fue en la noche de bodas. Fue apenas una pizca de polvo
blanco que su flamante esposo le ofreció. Casi como regalo. Casi
como premio. Casi como homenaje. Y Kerri Miller, de 22 años de edad,
estudiante de leyes, inteligente, brillante, la tomó.
Kerry aspiró el polvillo como un juego, como una diversión,
como algo que se hace una sola vez para luego olvidarlo. Pero la cocaína
la esclavizó como sabe hacer, y la esclavitud duró seis años.
A los 25 años Kerri Miller ya había conocido de todo: drogadicción,
prostitución, divorcio, suicidio del ex esposo, pérdida del
único hijo, y un derrame cerebral. Y todo había comenzado
seis años antes, como un juego.
Esta triste historia describe la odisea de una joven norteamericana,
inteligente, trabajadora, brillante, aventajada estudiante de leyes, que
se casó con un europeo de 20 años mayor que ella. El marido
la indujo a probar cocaína, y ella probó. La primera inhalación
"fue algo divertido", recordó ella. Pero con dos o tres
veces más, ya estaba presa de la droga.
Muchos vicios empiezan como por juego. "Es divertido fumar a escondidas
de los padres", dice el niño de 10 años. Y no sabe que
el tabaco lo hará presa de él, con probabilidades de quitarle
la vida con un cáncer en los pulmones. "Es divertido jugar al
amor", dice la joven adolescente. Y no sabe que ese primer juego divertido
la dominará, con probabilidades no sólo de un embarazo indeseado,
sino de ponerla en la pendiente resbaladiza hacia la prostitución.
"Es divertido, casi un juego inocente, quedarse con dinero de la
caja", dice el joven empleado de comercio. Y ese juego inocente termina
mandándolo a la cárcel con una condena de muchos años.
Los vicios, las drogas, las costumbres contra la moral, el escarnio rebelde
contra toda autoridad que al principio parecen juego, con el tiempo se convierten
en demonios que el mismo incauto ha dejado entrar en su vida.
Sólo Jesucristo, todopoderoso Señor y Salvador, puede salvar
al joven, a la señorita, a cualquiera, del poder dominante y engañador
del vicio. Pero a Jesucristo hay que recibirlo. Hay que coronarlo Señor,
Dueño y Rey de la vida. Sometámonos al señorío
de Cristo, y El nos salvará.


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