Segunda Parte
2. La misión es cuestión de amorEs, pues, un deber urgente para todos anunciar a Cristo y su mensaje salvífico. "¡Ay de mí -afirmaba san Pablo- si no predicara el Evangelio! (1 Co 9, 16).
El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio. La caridad divina lo llevó a hacerse "todo a todos para salvar a toda costa a algunos" (1 Co 9, 22).
Contemplando la experiencia de san Pablo, comprendemos que la actividad misionera es respuesta al amor con el que Dios nos ama.
Por tanto, Dios, que es Amor, es quien conduce a la Iglesia hacia las fronteras de la humanidad, quien llama a los evangelizadores a beber "de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios" (Deus caritas est, 7).
Solamente de esta fuente se pueden sacar la atención, la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de la gente y las demás virtudes que necesitan los mensajeros del Evangelio para dejarlo todo y dedicarse completa e incondicionalmente a difundir por el mundo el perfume de la caridad de Cristo.3.
Evangelizar siempre. Es importante reafirmar que, aun en medio de dificultades crecientes, el mandato de Cristo de evangelizar a todas las gentes sigue siendo una prioridad; "la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia" (Evangelii nuntiandi, 14). Hoy son innumerables los que esperan el anuncio del Evangelio, los que se encuentran sedientos de esperanza y de amor.
¡Cuantos se dejan interpelar hasta lo más profundo por esta petición de ayuda que se eleva de la humanidad, dejan todo por Cristo y transmiten a los hombres la fe y el amor a él! (cf. Spe salvi, 8).