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Un corazón compañero

Hermano Pablo | Reverendo

Andaba en busca de un corazón, y en esa búsqueda viajó de Honolulu, Hawái, hasta Los Ángeles, California. Buscaba un corazón que fuera afín al suyo, adaptable a su misma sangre. La necesidad era urgente porque su corazón ya no funcionaba como debía. Se trataba de Jason Pacheco, un niño de dos años. El pequeño sufría un mal congénito. El corazón se le moría dentro de él. Y si no se hallaba otro para el trasplante, Jason de seguro fallecería.

Desde aquel primer trasplante de corazón algunas décadas atrás, la ciencia de los trasplantes ha progresado de manera asombrosa. Miles de vidas han sido rescatadas de la muerte gracias a un trasplante.

En el caso de Jason, el corazón tenía que ser, más o menos, de su misma edad, es decir, de unos dos años, y tenía que ser de su mismo tipo de sangre. La raza del donante y el color de su piel no importaban, pero sí tenía que ser un corazón compatible. Desgraciadamente Jason no resistió la espera.

Al igual que Jason, aunque no en el sentido físico, todos necesitamos un corazón compañero. Un corazón que simpatice con nosotros, que tenga nuestros mismos sentimientos e ideales, y especialmente nuestra misma fe. Un corazón que no sólo sea compatible, sino que nos ame. Que nos ame con un amor eterno.

Permítame, joven, señorita, dirigirme, hoy, específicamente a usted. Quizá usted está, hoy mismo, en busca de un corazón. La primera atracción al sexo opuesto es una atracción física, y esto es completamente normal. Pero en eso, precisamente, consiste el engaño. Es que la atracción física, sola, no es suficiente para asegurar largos años de matrimonio feliz.

Cuando se case, tenga por seguro que hay por lo menos tres elementos necesarios para un largo y feliz matrimonio. Primero, no sólo ame el cuerpo de su cónyuge, sino también su alma, su corazón, su ser entero. Esa clase de amor asegura la absoluta y eterna fidelidad. Segundo, acepte a su pareja tal cual es. No trate de cambiar a su cónyuge. Esa linda persona que es su pareja será como es, por toda la vida.

Tercero, ríndase de modo absoluto, junto con su cónyuge, al señorío de Cristo. El egoísmo, que es el mayor destructor de matrimonios, no prevalece cuando Cristo es dueño absoluto. Asegure el éxito de su matrimonio comenzando con Cristo en su corazón. La motivación espiritual es el estímulo más fuerte de esta vida.



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