Eran las once de la noche cuando sonó la alarma de incendios en el cuartel de bomberos. Los hombres acudieron presurosos hacia el lugar adonde estaba el fuego. Era una casa de apartamentos que se estaba quemando en un barrio de Londres, Inglaterra. Las llamas envolvían ya casi todo el edificio.
¿Cómo y dónde había comenzado el fuego? En uno de los apartamentos había tres mujeres. Una de ellas fumaba continuamente. Las tres habían estado mirando con tanta atención su telenovela favorita que ni cuenta se habían dado de que con el cigarrillo la que fumaba le había prendido fuego a la alfombra. Los bomberos no podían ni ver el televisor por el humo que llenaba la sala, y sin embargo las mujeres seguían frente a la pequeña pantalla.
Esas mujeres comentó el jefe de bomberos no se percatarían ni de una explosión atómica al estar mirando su telenovela. Nuestra vida está compuesta de gustos, predilecciones, inclinaciones y prioridades. Hay gente que ama tanto sus palos de golf, que no perderían un juego ni por el entierro de un ser querido. Hay personas que aman tanto el juego de naipes, que podrían dejar en el tapete verde todo: su fortuna, su familia y aún la ropa que llevan puesta.
Hay quienes aman tanto su equipo favorito, que si éste pierde un partido o un campeonato, pueden morir del corazón, como en efecto ha ocurrido. Hay otros que aman tanto su perro, su gato, su canario, su loro, que todo en la vida tiene que tomar segundo lugar. Y si se les muere su animalito, pueden ellos morir también. ¿Y qué decir del dinero? El dinero es la pasión dominante para millones de individuos. Por el dinero sacrifican todo: hogar, esposa, hijos, salud, integridad, honra y conciencia. ¿Y qué del sexo? Esta es otra pasión dominante, otra prioridad subyugadora que encandila locamente voluntad, cerebro y emoción.
Quizá fue por estas pasiones tan efímeras que el Señor Jesucristo dijo: ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? (Mateo 16:26) La parte nuestra que vivirá por toda la eternidad es nuestra alma. Y vivirá, o en gloria eterna o en condenación eterna. Es por eso que salvar nuestra alma es lo mismo que salvar nuestra vida. Y salvarnos de las tentaciones pasajeras de esta vida, salvarnos de la condenación eterna, debe ser nuestra primera y gran prioridad. Cristo quiere librarnos del mal y quiere darnos vida eterna. Démosle hoy nuestro corazón. |