Hay días en que uno se siente derrotado, cansado, como si el esfuerzo diario no diera resultados, que estamos gobernados por ciegos, que los objetivos comunes se han ido y que ya no vale la pena seguir en esta brega.
En el Instituto Nacional, un centro de enseñanza histórico, todos los Gobiernos le invierte millones de dólares y en cualquier revuelta estudiantil ellos mismos se encargan de destruirlo, y al final el producto es una garulilla de mozalbetes sin educación.
Los maestros se encuentran desde la década del 70 en una huelga interminable. Sabrá Dios qué es lo que quieren. Los trabajadores agremiados han perdido los objetivos, no han sido capaces de superar las metas y buscar nuevas, se han quedado en los viejos métodos de lucha...
Los políticos continúan con sus mentiras, trapisondas y componendas, una vez acceden al poder se olvidan de los callejones, veredas, campos y barrizales que recorrieron con la mano extendida solicitando el voto.
Cierta vez se corrió la voz de que el diablo se retiraba del negocio y vendía sus herramientas al mejor postor. En la noche de la venta, estaban todas las herramientas dispuestas en forma que llamaran la atención, y por cierto eran un lote siniestro: odio, celos, envidia, malicia, engaño...
Un tanto apartado del resto, había un instrumento de forma inofensiva, muy gastado, y cuyo precio era el más alto.
Alguien le preguntó al diablo cuál era el nombre de la herramienta. "Desaliento" fue la respuesta. "¿Por qué su precio es tan alto?" le preguntaron. "Porque con ese instrumento" -respondió el diablo- "puedo entrar en la conciencia de un ser humano cuando todos los demás me fallan, y una vez adentro, por medio del desaliento, puedo hacer de esa persona lo que se me antoja".
Al parecer, alguien en Panamá al fin logró comprar esta herramienta al diablo, porque el desaliento es general.