Usted mira a su alrededor y descubrirá que hay gente que le encanta la Ley del Embudo. Es decir utiliza la parte ancha y cómoda de ese instrumento para medirse a si mismo. Para el resto se aplica la parte larga y estrecha del cilindro.
No es justo recurrir a la desigualdad, donde la amplitud es la norma para juzgarte a ti mismo, pero para los demás reservas un control muy estricto y un juicio inmisericorde.
La ley del embudo, que desde los tiempos de antaño aplicaban escribas y fariseos, se observa en casi todos los renglones de la sociedad.
Ejemplos hay a montones. El jefe o el político que se roba los grandes fondos bajo su custodia, pero cuando su subalterno se lleva el sencillo, pega el grito al cielo y lo tilda de "corrupto". Los dos son ladrones y quizás el más humilde tenga alguna atenuante, más no justificación, por su condición de pobreza.
Al momento de trabajar es igual. Siempre pienso que hago más que el compañero, sin tomar en cuenta que a veces es mejor la calidad que la cantidad. Lo más correcto es ponerte en el lugar del otro y hacer luego una evaluación equilibrada, en vez de sacar conclusiones anticipadas.
Igual se aplica la Ley del Embudo en las parejas. El hombre que sale de farra todos los fines de semana y que cambia de mujer como si fueran calzoncillos, pero cuando su pareja estable tiene un desliz o se tira su canita al aire, se ofende, grita e insulta, quizás temeroso de que los vecinos se den cuenta y lo bauticen con el apodo de "El Vena'o".
Definitivamente, hay gente que tiene coraje, si es esta la palabra que podemos utilizar para referirnos a estos tipos de individuos.
Con los tiempos que estamos viviendo, ya no se puede decir si la Ley del Embudo la aplican más los hombres o las mujeres, pero en todo queda algo claro, hay que ver los errores y faltas que cometemos, antes de hablar y criticar a quienes nos rodean.