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El origen de una tradición

Sugeiris L. Mitre S. | Azuero, Crítica en Línea

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La gente se anima mucho en la construcción de la barrera para los toros, se hacen con estacones de mangle, corotú y cañazas. Son días de diversión. (Foto: Sugeiris Mitre / EPASA)

La popular fiesta de San Miguel Arcángel en el pintoresco pueblo de Monagrillo tiene sus orígenes en la motivación de un hombre altruista de esta comunidad que hace muchos años emprendió la tradición de montar un festejo pagano que le permitirá concretar sus negocios y lejos del sentido religioso que hoy se le da a este acontecimiento pueblerino las primeras patronales de San Miguel comenzaron a realizarse en la plaza y calles principales de este lugar cargado de cuentos, leyendas y chistes.

Y es que antiguamente no existía en este pueblo ni una sola imagen del venerado San Miguel y desde la sencillez de su gente los monagrilleros buscaban la forma de divertirse después de las largas faenas de trabajo sobre todo en las tierras a orillas del río Santa María y La Villa que poco a poco fueron adquiriendo los laboriosos hombres de este sitio que en aquel entonces no era más que un caserío pequeño donde todos los vecinos campartían en familia y conversaban en los patios esperando que cayera la noche para el descanso diario.

LA OCURRENCIA DEL "FULO" MIGUEL
El licenciado Sergio Pérez Saavedra, escritor e historiador de Monagrillo explicó que tal como lo relatan los mayores del lugar, esta fiesta que inició en la calle y no en la Iglesia como muchos creen y surgió de la ocurrencia de la pareja conformada por Miguel Rodríguez conocido por todos como el "Fulo Miguel" y su esposa Siriaca Pérez en el año 1910, cuando este hombre dueño de una tinda donde vendía tabaco, café, kerosene y otros enseres de la época y en la parte de atrás tenía un alambique cuya producción era vendida en las fiestas de lugares aledaños.

LA BARRERA DE TOROS Y TAMBORITOS
Durante varios años, este hombre y su esposa desarrollaban la fiesta en el pequeño caserío con corridas de toro y tamboritos como las principales atracciones que permitían que pudiera vender la producción del alambique de estas personas hasta que por los comentarios del padre Melitón Martín, de que este hombre se beneficiaba de la fiesta pagana sin tener ni siquiera una imagen del Santo Patrono; don Miguel decidió llevar un pedazo de madera que tenía en su local a Manuel Berrás que era un famoso santero de La Villa de Los Santos para que hiciera a San Miguel y regalarle así un patrono real al pueblo que fue transportado en carreta hasta la Iglesia.



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