La máquina funcionaba de día y de noche, y como era máquina, lo hacía sin sentimientos. José Álvarez, capataz de vías públicas en México, laboraba en las cercanías de Acapulco. Parte del oficio consistía en pintar las dos rayas amarillas que dividen los carriles de una y otra dirección. Para esto se usaba una gran máquina que iba dejando atrás sus listones.
En esta ocasión las cuadrillas trabajaban de noche, y no se dieron cuenta cuando su insensible máquina pasó por encima de un cuerpo humano, dejando sobre él sus dos rayas amarillas.
Uno de los periódicos de México rindió este informe: "Hombre encontrado muerto boca abajo, con dos rayas de pintura sobre la espalda: la mitad del cuerpo en la vía que va; la otra mitad en la que viene." Y el reportero añadió que el comentario de la gente era: "Este siempre anduvo entre dos vías." No sabe uno si lamentar la tragedia misma o la condición que condujo a la tragedia.
Lo más probable es que este hombre vivió por mucho tiempo entre dos vías. Vivió entre el escaso bienestar que puede lograr el jornalero, y la indigencia absoluta que es la parte del pobre. Vivió entre la poca instrucción que recibió en la primaria, y la ignorancia casi total que es la parte de quienes no reciben ni ésta. Vivió entre la escasa lucidez que tenía su cerebro cuando andaba sobrio, y la torpeza total que le producía el alcohol.
¡Cuántas personas hay en este mundo que viven perdidas así mismo entre las dos vías a las que se refirió Jesucristo! "Entren por la puerta estrecha -advirtió el Maestro-. Porque es ancha la puerta, y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta, y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran" (Mateo 7: 13-14).
La gran tragedia de la vida es esta que tiene origen espiritual, pues nos lleva a todas las otras tragedias que nos destruyen. Todos debemos escoger el camino de la vida eterna, pero quizá por no saber cómo, o por no querer, podemos quedar finalmente destruidos. No debatamos más entre dos vías. Entreguémosle nuestra vida a Cristo. Sólo en Él y con Él hay seguridad. Él nos está esperando.