OPINION

HOJAS SUELAS
Julepe

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Por Eduardo Soto
Periodista

Cuatro días metido hasta el caletre en el Festival de la Mejorana! Acordeones, el olor de las cutarras, sombreros de junco, los pintados, y todos que van y vienen en romería inacabable, pollerones floridos girando intensos, abanicando la vida y la esperanza, colorete en caras de mujer pizpireta y bailadora, violines y tambor, sancocho, los negros congos de Colón, con su picardía y viveza y esa flauta domadora de leones, las danzas kunas y los Ngöbe, misteriosos y tan dignos. En cada esquina del parque, y hacia fuera, como en círculos que se suceden cuál onda después que cae la piedra al río, se oye la parranda, el barullo sin tregua, churucas aquí y allá llevando el ritmo, el cedro que atrapa con sus cuñas el cuero de venado que se queja sabroso bajo el golpe culto y apasionado del tamborero feliz. ¡Mira ese hembrón (...) y el acordeonista se quitó la camisa (...) qué lindo suena "Sentimientos del alma" en el violín (...) ¿y aquella de "Camino a Monagre"?, es una pieza que ni Mozart!

En un jorón hay que ponerle pausa a todo para retomar las energías perdidas en tanto ir y venir; se pide la cerveza y venga para acá ese taburete. Uno llega ensopado, exhausto, los zapatos queriéndose salir del pie martirizado, duele hasta el pestañeo, el pelo, los ojos miran sin mirar la nada, flota el mundo en la baja de presión que provoca el torrente de cultura que se te viene encima, ¡qué rica la vida!, y empieza a sonar el tambor y la cantalante entona aquello de: "Me voy pa' la Loma Prieta, a buscar a mi amorcito".

Un niño que no llega a los diez años, gira y gira en el centro del ruedo, baila con maestría, le sale del alma, se enrolló el pantalón vaquero hasta las rodillas para parecerse al violinista, baten palmas las del coro, ¡y una abuela octogenaria acepta la mano del chiquillo y sale a danzar con él! Están unidos por los hilos invisibles del tamborito, una vida que se va y otra que empieza, líneas paralelas que se rozan por un instante apenas, bajo el abrigo de la música y las pencas del jorón!

En la banca del parque, esperando el desfile de carretas -mientras ustedes leen estas líneas-, frente al templo dedicado a la virgen de Las Mercedes, lo que queda del artista va pasando la resaca invasiva de estos días: fueron momentos de colores múltiples, de quena indígena y violín español; de tambor mayor y caja, de niños y niñas tocando acordeón, pero sentados en una silla porque no podían con el peso del instrumento; de ríos de gente paseándose por las estrechas callejuelas de Guararé, hombro como hombro, espalda con espalda, cadera con cadera y, a veces, boca con boca; de humo de fogón perpetuo; de triquitraque en las manos del buhonero; en todo rincón una cumbia, un julepe, una fiesta espiritual, que termina mañana con la barahúnda brutal de "La Atolladera".

Y el autor se va sintiendo más panameño que nunca, embadurnado de expresiones todas del folclor de su Patria, que no es igual en ninguna otra parte del mundo, que no se gozan así en ningún otro lado, y que sólo aquí, en Panamá, en la adusta matriz de Guararé, se sienten desde los huesos y te desborda la piel.

 

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