Se acercó al balcón y contempló largo rato la calle, una calle que estaba doce pisos más abajo. Después se subió a una silla del balcón y se encaramó a la baranda. Acto seguido, se lanzó a la calle. Recorrió en un par de segundos los cincuenta metros y se estrelló en el pavimento.
Era Daniel Rosenthal, de ochenta y ocho años, un activo profesor de la Universidad de Los Ángeles, California. El desdichado viudo dejó esta breve nota suicida dirigida a su hija: "Queridísima, no soporto más las idea de llegar a ser un vegetal."
Este hombre que se suicidó a los ochenta y ocho años había adquirido muchas cosas en la vida. Nacido en Polonia y educado en Bélgica, hablaba ocho idiomas. Había escrito libros en varios de ellos. Profesor de ciencias aplicadas, todos los lunes daba conferencias para ancianos.
Sus libros más recientes eran La computadora: ¿amiga o enemiga? y Su cerebro: Úselo o piérdalo. Cuando se suicidó el jueves 9 de marzo de 1989, había dado su última conferencia con el título "Aspectos de la vejez".
Norman Cousin, un intelectual como él, comentó respecto a su muerte: "La muerte no es la pérdida más grande de la vida. La pérdida más grande es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos."
Tiene toda la razón, y en contraste pudiéramos decir: "El hallazgo más grande de esta vida no es la existencia sino la vida espiritual que hay en nosotros." Todos tenemos una chispa del Creador en nuestra alma. Esa chispa es lo que hace posible el hallazgo de nuestra salvación eterna, porque es lo que admite la fe. Fe para creer en Dios. Fe para creer en su Hijo Jesucristo. Fe para creer que nosotros podemos relacionarnos con Él. Fe no sólo para entrar en relación con Él sino para saber que podemos vivir para siempre.
Así como la pérdida más grande es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos, como dijo el intelectual Norman Cousin, así también el hallazgo más grande es lo que nos revive mientras vivimos. Esa chispa de fe está dentro de nosotros. Usémosla para encontrar la gracia de Dios. |