MENSAJE
La madre que ordenó la muerte de su hijo
Hermano Pablo
Crítica en Línea
David Mair era un hermoso niño de diez años. Estaba jugando con su pelota en Denver, Estados Unidos, cuando se le ocurrió cruzar la calle corriendo rápidamente. Fue atropellado por un camión. Llevaron a David de inmediato al hospital, donde se halló que había sufrido gravísimas heridas. Su cabeza estaba partida en varias partes, pero el niño aún vivía. Comenzó entonces un drama angustioso que se prolongó durante nueve agónicos días. El niño no moría, pero tampoco reaccionaba. Estaba sometido a respiración artificial y alimentación intravenosa. Los médicos se desesperaban por salvarlo. La madre, una mujer viuda de treinta y ocho años, no se movía del lado de su cama. Los médicos le dijeron: «Señora, no hay esperanza, ¡ni siquiera una en un millón! Y no sabemos cuánto tiempo podremos mantener a David así.» La madre, entonces, debió tomar la más angustiosa y dolorosa decisión de su vida: ordenar que suspendieran la respiración artificial de su hijito. «Es la decisión más terrible de mi vida -dijo ella-; espero que Dios no permita que pase por esto otra vez.» Y con voz que se ahogaba en llanto, dio la orden: «Suspendan la respiración.» Dios también, en el momento preciso de la grandiosa historia de la redención del hombre, tomó la decisión de dejar morir a su propio hijo Jesucristo. Lo dejó morir porque era la única manera de pagar la culpa universal del pecado, y de poder ofrecer, en forma gratuita y eterna, la salvación a todos los verdaderos culpables, que somos nosotros. El hombre no comprenderá jamás cuánto le habrá costado a Dios la muerte de Jesucristo. San Pablo pregunta: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (Romanos 8:32). El beneficio de esto para cada uno de nosotros depende de que aprovechemos esa dádiva de Dios. Entreguémosle nuestra vida llena de problemas al divino Redentor.
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