CUARTILLAS
PINOS
Milcíades A. Ortiz Jr.
Escalar varios centenares de
metros por una trocha de piedras y barro, en las laderas de un monte que
ante mis ojos aparece altísimo, se ha convertido en los últimos
años en una prueba de mi estado físico.
Se trata del camino que conduce de El Valle de Antón hacia el
poblado llamado El Macano, que está, según me han dicho, entre
los cerros y hondonadas que quedan detrás de las montañas
que rodean al antiguo Volcán.
Llevo más de cuarenta años subiendo por ese camino, que
dicho sea de paso no ha cambiado mucho en casi medio siglo de conocerlo.
Y nunca he podido llegar a El Macano, porque requiere caminar más
de hora y media y eso para mí es difícil de lograr.
Pero algún día llegaré a conocer El Macano, estén
seguros...
Esta experiencia se ha convertido en una verdadera obsesión, me
imagino lo que pensarán los campesinos que ven a ese hombre con la
cabeza blanca en canas, con sobre peso, subir trabajosamente el monte y
tener en su cara una sonrisa... causada por los recuerdos de cuando era
adolescente.
Hace poco de dos meses volví a El Valle para subir otra vez el
bendito camino. Quería saber cómo estaba mi cuerpo. Si jadeaba
y me palpitaba el corazón alocadamente, entonces estaría fuera
de condiciones físicas. De lo contrario, bajaría contento
y pensando que todavía puedo seguir haciendo, lo que se ha convertido
con los años en una tradición casi que religiosa.
En el camino encontré a un campesino joven, quien orgulloso dijo
que "todo lo que se siembra aquí produce". Relató
satisfecho que tenía hortalizas y otras siembras en las laderas de
los montes. Pero me preguntó si sabía de alguien que "quisiera
peones", porque necesitaba dinero ahora mismo, ya que sus cosechas
demorarán en estar listas.
Me apenó escuchar esta petición, porque considero que el
campesino trabajador y honrado merece mejor suerte. No sé qué
es lo que hace este gobierno para ayudar a esa gente sencilla y trabajadora,
que le arranca valientemente a la tierra sus frutos. Son personas que no
se convierten en carga para ningún gobierno pero que necesitan asesoría,
préstamos y otras facilidades que hagan más rentable sus siembras.
También me habló el campesino de los pinos de El Macano,
luego de que le preguntara por ellos. Me han dicho que existen hermosos
pinos en tiempo de ser cosechados para madera, pero el pueblo no sabe cómo
conseguir que alguien realice este negocio.
Pensé que esos pinos eran de los que había promovido su
siembra el General Torrijos, en uno de sus sorpresivos viajes a pueblitos
interiorano. "No, no son esos, son otros que hay en el poblado hace
tiempo. Los del General también están grandes", me indicó
el campesino, cuyo nombre olvidé preguntar.
Sería conveniente que alguna autoridad agropecuaria se preocupara
por solucionar este problema, para que la comunidad de El Macano reciba
dineros por sus pinos. Con esta plata podría mejorar las condiciones
de vida de sus habitantes.
Respecto al resto del Valle, sigue siendo hermoso como sitio de veraneo.
Las montañas cubiertas por una fría neblina desde temprano,
lo convierten en una pequeña "Suiza panameña". Carreteras
y calles arregladas promueven el turismo, que ahora cuenta con nuevas ofertas
de alojamientos, como cabañas, adiciones a hoteles y nuevos hoteles.
Varios restaurantes modernos ofrecen comida de la capital para aquellos
que no quieren la típica. Y cosa curiosa: a pesar del fresco del
Valle, mucha gente consume helados, algo que no puedo explicarme.
En fin, volver a El Valle de Antón, sitio que quedó en
mi conciencia cuando veraneaba de niño, es encontrarse con el pasado
y al futuro a la vez. Realidad que pienso que muchos panameños no
conocen, porque ya habrían dejado la angustiosa vida de la capital
para irse a ese pequeño paraíso de la naturaleza.
Es la mejor cura contra el "estress" de esta agitada vida moderna.
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