Es cierto que la moda es un producto cultural que varía de región en región. Lo que en Panamá pueda resultar escandaloso por sus pocas telas, y colores exóticos, en África o Nueva Zelanda podría ser extremadamente fino y aceptado.
Pero no por eso podemos abrogarnos la licencia de usar lo que sea en esta sociedad occidental tan exigente y de doble moral.
No se puede andar en las oficinas públicas con el ombligo afuera, rollos en la cabeza, en chancletas o con los pantalones rotos. No se debe ir a trabajar -sobre todo aquellos que tienen que lidiar con público- en fachas estridentes que desdicen mucho de su personalidad y el buen carácter de las empresas a las cuales representan.
El panameño es muy dado a vestirse como sea, y para cualquier ocasión, insistiendo en que como nadie les da dinero para sus vestidos, nadie tiene autoridad para recriminarle.
Pero debe haber un límite; debemos respetar las normas mínimas de etiqueta y consideración a los demás, porque en una sociedad que requiere de la armonía entre todos para funcionar, no pueden haber islas que tiren cada una por su lado. |