Viernes 18 de sept. de 1998

 








 

 


MENSAJE
"Los justicieros"

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

P
arecían una plaga apocalíptica, o una de esas tempestades que dura tres días y arrasa con todo lo que tiene por delante, o un terremoto que por tres días hace temblar la tierra destruyendo todo en su camino, pero no lo eran.

Durante tres días una banda de individuos mató a 41 personas en los suburbios de Sao Paulo, Brasil. La banda se autodenominada "Los justicieros". Era compensada por comerciantes locales, y mataba especialmente a presuntos delincuentes.

"Como la policía no hace justicia - explicaban esos comerciantes -, hemos tomado la justicia en nuestras propias manos".

En la historia de la humanidad ha habido muchos casos semejantes. A veces ha sido un individuo valiente y heroico, que se propone hacer justicia a la brava. A veces han sido bandas de hombres, incluso hasta grandes regimientos, como aquellos de Roque Guinart en el Quijote.

El mismo Aníbal, que cruzó los Alpes con un ejército de elefantes, se creía enviado de Dios para castigar a Roma por sus atropellos e injusticias. "Cuando el gobierno se vuelve injusto - decía un gran líder político suramericano-, el pueblo tiene derecho a hacer su justicia".

Pero la Biblia, que es la Palabra de Dios, y más sabia que ningún filósofo, ningún político, ningún educador, ningún líder, dice que la justicia verdadera está en manos de Dios, y que la ira del hombre no puede producir, y no producirá jamás, la justicia de Dios.

Hay hombres que se creen con derecho de juzgar a su esposa, y la tiranizan como si fuera su enemiga. Hay padres que se creen con derecho de fustigar a sus hijos, y se vuelven despóticos e injustos. Hay jefes de estado que se creen llamados de Dios para hacer lo que ellos llaman justicia, y desatan guerras criminales e insensatas.

Cuando Dios no es el motivador de nuestra conducta, no sabemos cómo comportarnos. Y lo peor de todo es que no aprendemos de la historia, que el que vive por la espada, muere por la espada. Si Dios nos ha puesto en algún lugar de autoridad, tratemos de hacer su voluntad. Sólo entonces sembraremos la semilla que nos producirá paz. El quiere ser nuestra paz.

 

 

 

 

 

FARANDULA
Pedro Conga.

 

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