MENSAJE
Falta de incentivos
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
Los tres muchachos, entre 16
y 18 años de edad, escogieron a su víctima, y planearon lo
que le iban a hacer. Le atarían las manos a la espalda, le pondrían
una mordaza en la boca, le vendarían los ojos, y luego comenzaría
el vapuleo.
La víctima era un chico, retrasado mental, de apenas 8 años.
Los victimarios: muchachos sin hogar de Santiago de Chile. El día
del hecho: precisamente el día cuando se celebraba en Santiago un
simposio de trabajadores sociales y psicólogos sobre la "falta
de incentivos en la juventud".
Este caso es un indicador del estado general, pues el mismo problema
ocurre no sólo en aquel país andino sino también en
toda América. La Juventud no tiene incentivos. Los chicos que llegan
a los 15 años ya no hallan gusto en los juegos de niños, pero
no tienen incentivos para la edad de la adolescencia.
Sobreviene entonces el hastío, el aburrimiento, el resentimiento,
la fustración. Y el adolescente encuentra cierto alivio en la pandilla
y en la violencia. De alguna manera tiene que hallarle interés a
la existencia, porque la sociedad nada le ofrece.
Cada año que pasa es mayor el número de adolescente sin
hogar, sin escuela y sin deportes que proporcione un escape para sus energías.
Y cada año es menor la edad en que los chicos empiezan esta clase
de vida. Sube el número de muchachos dados a la violencia, y baja
la edad en que comienzan.
Todavía está lejos el cumplimiento de la bella visión
del profeta Zacarías, cuando vio las calles de la ciudad "llenas
de muchachos y muchachas que juegan en ellas". Las calles están
llenas, sí, y también los callejones, las plazas y los antros
oscuros, pero no hay juegos alegres, sino droga, sexo, crimen y desesperación.
¿Cómo será el siglo XXI si la última década
del XX es así? Muchos sueñan con un siglo nuevo de ciencia,
de tecnología, de salud, de abundancia, de paz, de progreso, de felicidad.
Pero si el siglo XX le entrega al XXI esta carga de jóvenes abandonados
y perdidos, quizá el siglo próximo sea peor.
Algo tenemos que hacer por los adolescentes, y ese algo debe empezar,
tiene que empezar, en nuestro propio hogar. Más vale que hagamos
de Cristo el Señor absoluto de nuestra vida y de nuestra familia,
pues sólo así salvaremos a nuestros hijos.


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