El hombre se mostraba extraño. Se escapaba de casa o del trabajo ante cualquier descuido del resto de la familia o compañeros de labores.
El hecho comenzó a levantar sospechas. Este tipo anda en algo raro, hay que montarle un seguimiento, exclamó una compañera gritona.
Eso no era necesario. Un buen observador habría detectado a simple vista que el tipo presenta problemas con el trago. No hay que emborracharse hasta andar que uno no puede con su propia vida para convertirse en un alcohólico. Ese mal lo sufren hasta aquellos que no soportan estar un día sin tomarse una cerveza.
Poco a poco el licor te daña las neuronas. Hay problemas para coordinar el pensamiento. Esos son los efectos del alcohol.
El único que puede salvar a un alcohólico es él mismo. Es como un adicto a la piedra u otra droga dura. Sino pones de tu parte, nadie te podrá tirar un salvavidas...
Los personas que no pueden vivir sin el sabor del licor en su boca debe buscar ayuda. Lo primero es aceptar que tienes un problema. Esquivar el asunto, sólo alargará la solución o quizás cuando busques remedio, ya será tarde, porque ya tu mente está dañada.
Yo no tengo ningún problema con el alcohol...yo lo puedo controlar. ¡Mentira!. Tienes una mente débil y apenas que vez una cerveza bien fría con el hielito que se derrite por toda la botella como si fuera una hembra acabada de darse un baño, se te hace agua la boca. No puedes resistir la tentación y vuelves a caer en el círculo vicioso.
Tienes que poner de tu parte. Hay organizaciones que ayudan a las personas que tienen problemas con el licor, pero lo importante es tener fuerza de voluntad. Nadie puede hacer eso por ti. Te corresponde dar el primer paso. Reconocer tu adicción y no negarlo es un paso en la dirección correcta.