Es tan obvio, que casi ni necesita explicación. Cualquier profesional en cualquier empresa debería tener entre sus planes a futuro escalar en posiciones y en salario (claro, sin serrucharle el piso a nadie ni siendo lambón).
Muchos hemos sido testigos de cómo maquinaciones propiciadas por la envidia y el rencor de algunos compañeros de trabajo dan al traste con las oportunidades de otros para mejorar un poco su nivel de vida. Esto es lamentable, pero resulta aún peor cuando uno mismo es quien pone obstáculos a la posibilidad de escalar laboralmente, por miedo a un aumento de la responsabilidad.
En algunos casos, los que toman el camino de rehuírle a los ascensos son personas que envidian a sus superiores, los cuestionan y refunfuñan a sus espaldas; pero cuando llega la hora de reemplazarlos temporal o permanentemente por caso de enfermedad, vacaciones o renuncia, dan un paso atrás.
Lo primero para ser tomado en cuenta en cualquier trabajo -y por consecuencia, ganarse la oportunidad en un futuro de lograr una mejor vida para su propia familia- es ser responsable. Establecer una reputación como persona responsable lleva invariablemente a ser considerado como confiable.
El segundo paso es no dar la espalda a responsabilidades que van surgiendo en el camino. En algunos casos, un empleado asciende por ser el más destacado de una empresa, o porque ha logrado buenas relaciones con los dueños, o por sus años de trabajo, o sencillamente por estar en el lugar y momento correcto a la hora que se presentó la oportunidad.
Cualquiera que sea la razón, los ascensos ayudan a crecer no sólo profesional, sino personalmente. Y resulta realmente decepcionante rechazar tales oportunidades, sólo porque se va a exigir un poco más de nosotros. Nada es gratis en esta vida. Dando y dando.