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CRIMENES FAMOSOS
Enterrar el pasado

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Redacción
Crítica en Línea

Pamela Pressman pensó que Paul Sainsbury era el hombre de sus sueños. Luego los sueños se convirtieron en pesadillas.

Pamela Pressman era una de las muchachas más populares de su clase. Era excepcionalmente buena en el estudio, descollando en química y física. Después de graduarse en su escuela suburbana de Londres, Inglaterra, aceptó un empleo en una compañía manufacturera de chocolate, subiendo rápidamente a la posición de gerente. Los padres de Pamela creían que su inteligente hija algún día se casaría y llevaría una vida tranquila y feliz.

En el verano de 1982, Pamela acompañó a sus padres a unas vacaciones en la ciudad costera de Sidmouth. El viaje cambiaría todas sus vidas para siempre.

Fue un romance de verano. Pamela salió a bailar al Carina Nightclub y conoció a un muchacho local, Paul Sainsbury. Paul era alto y buen mozo. También era un bailarín espléndido. Mientras la noche transcurría, la joven e impresionable Pamela se enteró que Paul era una especie de atleta y a menudo se inscribía y ganaba en maratones locales.

A Pamela no le importó que quien hacía latir su corazón hubiera dejado el colegio secundario y se ganara la vida como trabajador. Tenía un poco de reputación de tener mal carácter. Además, había tenido algunos problemas con muchachas. Una vez había acosado a una muchacha hasta que ella presentó una queja. En otra ocasión, había roto las ventanas de una joven que lo había rechazado.

Poco a poco, Pamela se enteró de los problemas anteriores de Paul, pero nada ni nadie podía desengañarla de Paul Sainsbury. Cuando volvió a Londres con sus padres al fin de las vacaciones, continuó la relación viajando a Sidmouth cada fin de semana. Pronto se unió a Paul en forma permanente. La pareja nunca se casó legalmente, pero desde ese momento en adelante Pamela tomó el apellido de Paul.

Tan pronto como empezaron a vivir juntos, la actitud de Paul cambió. Al principio Pamela pensó que simplemente estaba un poquito celoso. De alguna manera era halagador, pero cuando él la abofeteó no lo encontró halagador en absoluto. En 1983, Pamela dio a luz al primer hijo de la pareja. Ella creyó firmemente que el comportamiento de Paul cambiaría, pero no fue así. Se puso peor. Ahora cerraba sus puños. Las bofetadas pasaron a puñetazos. Paul era totalmente posesivo. Apenas le permitía a Pamela estar fuera de su vista. Un segundo hijo nació en la disfuncional familia.

Gradualmente, Pamela, la adorable muchacha de una familia londinense de la clase media, se convirtió en la esclava de un psicópata y paranoico concubino. Las palizas fueron rutina. Algunas veces Paul la golpeaba con un bastón. En otras ocasiones, era forzada a desnudarse y usar un collar de perro en su cuello. Pamela fue obligada a comer de un bol en el piso. También fue forzada a posar para fotos degradantes. Su marido la amenazaba con enviarlas a sus padres. Le dijo que quemaría la casa de sus padres si alguna vez lo abandonaba.

Por su parte, Pamela nunca se iría. Sentía que si alguna vez intentaba escapar del maltrato, Paul dirigiría su crueldad hacia los dos niños. Lentamente, por un período de ocho años, la extrovertida y feliz Pamela se convirtió en una introvertida y sumisa esclava. Raramente salía. Si lo hacía, Paul aparecía repentinamente y la traía de vuelta a casa. Aunque él rechazaba la relación normal de su esposa con amigos y vecinos, Paul tenía varios pasatiempos propios. Se ejercitaba en un gimnasio local, se entrenaba para sus carreras de maratón y a menudo salía en viajes de pesca.

En las horas de la madrugada del 29 de septiembre de 1990, Paul despertó a Pamela y le dio la peor golpiza de sus ocho largos años de suplicio. La lanzó contra las paredes, la tiró escaleras abajo y le pisoteó las piernas. En un estupor de borracho continuó golpeándola hasta que ella perdía y recobraba el conocimiento. Cansado de su deporte, Paul cayó en un aletargamiento alcoholizado sobre su cama.

¡YA ERA SUFICIENTE!

Pamela buscó en la caja de herramientas de Paul y sacó un trozo de cordón de nylon. Ató una punta a la cama y envolvió el cordón alrededor del cuello de Paul. Agarrando la otra punta del cordón tiró con todas sus fuerzas. Paul se retorció y boqueó, pero pronto se quedó quieto. Pamela arrastró el cuerpo dentro de un armario. Durante cuatro días agonizó pensando qué hacer con el cuerpo de su marido. Para explicar la ausencia de Paul, le dijo a los niños, quienes habían presenciado muchas de las golpizas, que ella había hecho que su padre se fuera. Ellos aceptaron la explicación.

Finalmente Pamela encontró una solución a su dilema. Usaría las herramientas de su verdugo para seccionar su cuerpo. Trabajando de noche en el piso del dormitorio, serruchó la cabeza, brazos y piernas de Paul y cortó su torso por la mitad. Puso cada parte cortada en bolsas de basura de plástico, las que luego arrastró hasta el cobertizo del jardín.

Transportó las bolsas conteniendo las partes del cuerpo en una carretilla hasta un campo de maíz a unos 250 metros. Le llevó dos viajes deshacerse de las partes del cuerpo y horas cavar una tumba no muy profunda para su espantosa carga. Todo excepto la cabeza. Pamela la guardó en un armario del vestíbulo para recordarle que todo el horrible panorama no había sido un sueño.

Mientras los días pasaban, Pamela parecía una nueva persona. Se conectó con los vecinos e hizo nuevos amigos. A aquellos que preguntaban, les explicaba que Paul la había abandonado. Hubo un momento de ansiedad. La policía recibió un anónimo de un habitante de la ciudad sugiriendo que Paul Sainsbury había desaparecido bajo circunstancias misteriosas.

La policía apareció en la puerta de Pamela. Quedaron impresionados por la limpia y pulcra casa, la buena educación de los niños y, sobre todo, la encantadora dueña de casa. Aunque los policías detectaron un olor peculiar en la casa no pensaron mucho en ello en el momento. Pamela señaló que su marido no era un buen tipo así que, adiós y buen viaje. Más tarde Pamela explicaría que el olor había emanado del armario del vestíbulo, donde ella guardaba la cabeza en muy mal estado de Paul. Al día siguiente la tiró a la basura. La cabeza de Paul no se recuperó nunca.

Pasaron ocho meses desde la noche del asesinato. Pamela sentía la urgencia de contarle a alguien su secreto. Confió en una amiga, Angela Davey, revelándole los detalles de la muerte y cómo había dispuesto del cuerpo de Paul. Angela hizo un examen de conciencia antes de decidir que era mejor para todos los involucrados ir a la policía, con la información incriminatoria.

Esta vez cuando la policía entró en la casa de Pamela, no había ningún olor perceptible. La cabeza de Paul hacía mucho que había sido despachada en el tacho de la basura. Pamela fue detenida. Las bolsas negras de plástico a medio enterrar con sus espeluznantes contenidos fueron recuperadas.

Varios siquiatras examinaron a Pamela. Todos estuvieron de acuerdo que en el momento del asesinato había estado sufriendo de una aguda reacción causada por la tensión de la terrible golpiza que acababa de soportar.

Cuando fue llevada a juicio, Pamela, quien ya había pasado seis meses en la cárcel, se declaró culpable del cargo de homicidio. Recibió la leve sentencia de dos años en libertad condicional.

Nadie en la sala del tribunal estuvo en desacuerdo con la sentencia.

 

 

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Nadie en la sala del tribunal estuvo en desacuerdo con la sentencia.

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