MENSAJE
Una zambullida en la muerte

Hermano Pablo
Crítica en Línea
El carnaval anual estaba en su apogeo. Un gran número de personas se había agolpado en cada una de las atracciones. Ruedas, balancines, tiros al blanco, todo atraía y deleitaba. Y Alex Fernando, de Durango, México, hacía las veces de payaso. A Alex le tocaba permanecer sentado en una estrecha tabla que pendía sobre un tanque de agua mientras la gente lanzaba pelotas de béisbol a un redondel sobre su cabeza. Si le daban al redondel de lleno, él caería en el agua para diversión de todos. Alguien, en efecto, le dio al redondel. Y Alex cayó al agua a la vista de su amigo Felipe, su esposa Carol, y todos los espectadores. Pero Alex no salió del agua. Un fulminante ataque al corazón, en el momento de la caída, puso fin a su vida. Esta tragedia ocurrida en la fiesta de Durango fue el precio que un buen hombre, un voluntario que cooperaba con la fiesta, tuvo que pagar. Fue una zambullida en el agua y en la muerte: todo un símbolo del hombre moderno, el hombre de las postrimerías del siglo XX. El hombre moderno canta, ríe, se goza, se divierte, se rodea de luces, de bullicio y de amigos. A veces participa en cosas buenas, a veces en cosas malas. Hasta que de repente, en la forma más inesperada, quizás en medio de una gran fiesta, el tañido fúnebre de la muerte le anuncia la hora de rendir cuentas. Se acaba la fiesta, cesa la música, las copas de alegría se vuelcan, y el vino corre por el mantel. Un día, como dijo el poeta colombiano Barba Jacob: «corren vientos inexorables», y nuestro barco tiene que partir. No hay otro remedio, no hay otra salida, no hay otro final. Y es el mismo para todos, para el más humilde y pobre campesino como para el más poderoso y rico señor. ¿Cómo se prepara uno para esa partida? Lo primero es reconocer que uno es eterno, que este cuerpo físico no es más que un albergue temporal donde habita, por ahora, nuestra alma. Lo segundo es reconocer que la vida eterna se vive en uno de dos lugares: la gloria eterna o el tormento eterno. De la Gloria, Jesús dijo «que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos» (Mateo 8:11). Y del tormento dijo: «No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno» (Mateo 10:28). Lo cierto es que hay vida eterna, y es ahora que escogemos dónde habremos de pasar la eternidad. Más vale que aceptemos la salvación que nos ofrece Jesucristo. Él nos asegurará el cielo eterno.
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