HOJA SUELTA
Ella

Eduardo Soto P.
Crítica en Línea
No dedico espacio a la política partidista en esta columna dominical por las mismas razones por las que no soporto los purgantes. Sin embargo, algo me dice que sería una franca estupidez no referirme a lo que ocurrirá a partir del miércoles venidero en el país. Así que, por responsabilidad y picazón cívica, voy a hablar de Mireya, aun cuando a algunos con quienes me quiero mucho, no les guste ni ella ni su contexto. No sé por qué sus adversarios la odian tanto. Hablan de ella con un desprecio ofensivo, y siempre le tienen reservaditos los insultos que a cualquiera le amargarían la vida; no obstante, no he visto que esto ni aquellas referencias irrespetuosas a sus presuntas preferencias amatorias, le marchiten esa presencia iluminada que tiene, parecida al brillo que guardan debajo de la dura cáscara los granos de maíz. Aún así, la gente que se le opone, con el ridículo afilado debajo de la manga, le sigue achacando un idiotismo incurable y aseguran que eso, y no la mala espina de la oposición, será lo que le impedirá gobernar. En el otro lado están quienes llaman al 1 de septiembre "el día de la esperanza". Esto me asusta. No es bueno que la gente esté empachada de ilusión, porque sería muy doloroso que el gobierno mireyista les cometa algún error. Es posible que la cruda realidad no esté a la altura de los sueños, y si uno no se prepara para lo peor, la cabanga durará más tiempo de lo que este pueblo puede soportar. Como periodista no debo estar a favor ni en contra. Pero a nadie le queda otra cosa que pedir a Las Alturas lo mejor. Esperar que ella fracase es perverso, porque no serán los adinerados políticos quienes van a ganar o perder; ellos siempre caen de pie. Por el panameño común, usted y yo, debemos desear que las cosas salgan bien. En el fondo, la mujer es fuerte y astuta. Con el vudú de su presencia menuda y belleza morisca ha derrotado a enemigos en todos los terrenos, y este triunfo ha provocado reacciones mercuriales en sus detractores. Chaparrita y aparentemente frágil, parece haber engañado a sus adversarios, como el mítico caballo de madera a los troyanos. Quizá también burle a los duros tiempos por venir, y con su donaire principesco, gracia dominical y aliento de hierbabuena, nos lleve a todos por el camino correcto. Tal vez no lo logre, qué se le va a hacer. Buenos o malos, estos cinco años habrán valido la pena por la Presidenta que tenemos; por sus ojos moros, su piel de un blanco antiguo, pardo como arena caribeña; por su voz de violonchelo, sus pequeñitos pies de perlas, y la espuma de su risa. Porque es arrebatadoramente linda, y la gente la quiere. Porque después de un siglo de dolores y sobresaltos, Panamá se merece los cariños de una madre en el Palacio de Las Garzas. ¡Suerte, Mireya!
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