A ORILLAS DEL RIO
LA VILLA
Panadería

Santos Herrera
Desconocemos las razones, pero en el pueblo las panaderías siempre han sido atendidas por mujeres. Es posible que esto obedezca a que este trabajo exige un gusto muy refinado y la delicadeza que sólo pueden ofrecer manos de artistas. Hacer panes y dulces es un acto lleno de sentimiento y de poesía en donde con olores y sabores se despierta al pueblo que comparte todas las mañanas en la mesa familiar, el pan de cada día. El secreto de un buen pan está fundamentalmente en saberlo amasar. También es importante la aplicación de la levadura, el punto de sal, la cantidad de manteca y de yemas de huevo y la intensidad del calor en el asado. El horno en la parte de atrás de la casa con su joroba de barro y piso de ladrillo, con su boca abierta como si estuviera bostezando, se traga en las madrugadas cazuelejas repletas de pan de micha y rosca, que en cuestión de minutos quedan doradas. Desde antes de que amanezca empiezan a llegar los compradores y según la clase de pan solicitado, se puede determinar los recursos de cada uno de ellos. El pan blanco que es más barato, es muy solicitado por la gente pobre y el de huevo, por quienes tienen mayores ingresos. Mucho antes del alba se inicia la repartición de los panes, y los vendedores llegan a pie, en bicicleta, a caballo y en carro, con su cargamento de pan que renueva fuerzas para la lucha permanente de los que diariamente trabajan. Las panaderas del pueblo demuestran su maestría cuando para un cumpleaños, día de la madre, navidad, año nuevo, les encargan una rosca de pan floreada. Es una verdadera obra de arte no solamente por el sabor, sino por el decorado. Los dulces son exquisitos productos de las panaderías que alegran el paladar del pueblo. El popular queque, que se prepara mezclando harina, coco rallado, leche, miel, anís, bicarbonato y después de amasarlo se asa en cazuelejas, es un aperitivo muy codiciado. El aristocrático merengue es la combinación de la clara del huevo que se pone en un platón donde se bate a mano; cuando está bien espumoso se le echa azúcar, vainilla y se sigue batiendo. Estando espeso, a punto de pico, con una cuchara se distribuye y antes de asar, la panadera le pone en las puntas un colorante rojo que después de asado se asoma por unas rajaduras, llenándose de cicatrices de dulzuras. El generoso pan de dulce se prepara con harina, sal, manteca, anís. Se amasa y se hacen rollos que van ascendiendo tomando forma de caracol. Cuando lo están asando, se le rocía leche con un capullo, poniéndole granos de azúcar y se vuelve a meter en el horno. Para hacer la provocadora cocadita, el coco rayado se pone en una paila de bronce agregándosele azúcar, leche, colorante y se resuelve la masa con un mecedor hasta que dé el punto. Bien cocida esa mezcla, se pone en una mesa donde con una flotilla se aplasta, se parte en línea recta y se corta de manera sesgada, tomando la forma de cocadita. Identificar la panadería del pueblo es fácil porque es como una colmena que expide las más fragrantes mieles.
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