Los incidentes protagonizados el martes pasado en la calle 50 por los incorregibles estudiantes del Artes y Oficios, esta vez con los del Richard Neumann, han dado base para que se considere, con mejores argumentos, algo que estaba gravitando sobre nuestra sociedad: penalizar jurídicamente a menores de edad con leyes aplicables a mayores.
Duele que algunos jóvenes estudiantes, que no son todos los de los colegios involucrados, ni todos menores de edad, hayan propiciado el que algunos legisladores hayan presentado un anteproyecto de ley que tiende a hacer más severas las penas a los delincuentes juveniles y que además, un gran porcentaje de la población lo apruebe.
Duele, decimos, porque aún cuando estamos de acuerdo, no podemos dejar de pensar en que se quiere aplicar un remedio sin analizar las causas, sino castigar el efecto.
Las buenas maneras, la forma positiva como los humanos nos comportamos no surgen porque nacimos con un halo angelical o con una corona de santos. Se tiene que aprender de esa confrontación diaria con el medio donde vivimos.
¿Dónde iniciamos ese aprendizaje?, definitivamente en el hogar. Cuando pensemos en echarle la culpa a otros, reflexionemos acerca de lo que hemos enseñado a nuestros hijos. Estemos seguros que nosotros hemos sido el espejo en donde ellos se han mirado, desde muy temprana edad.
Y en la escuela, ¿nos hemos preocupado por sus notas? Las calificaciones son la forma de expresar el resultado de su aprendizaje. La educación es un proceso que se inicia en la escuela, pero que continúa en el hogar y se ven los resultados en el comportamiento en sociedad. Es decir, hogar y escuela, escuela y hogar es la simbiosis que debe desarrollar al individuo para que sea un buen ciudadano o ciudadana.
Pero si la sociedad está integrada, en su mayoría, por seres que no han tenido un desarrollo positivo, que no ha tenido como espejo sino un escenario negativo, de lo cual pudieran darse muchos ejemplos, ¿Por qué culpar a los jóvenes si ellos son el producto que hemos elaborado? Iniciemos un programa de reconversión de nuestras actitudes y pensemos en cómo serán los próximos ciudadanos de nuestro país si no atendemos a los niños y jóvenes.
Se ha dicho que vivimos en el paroxismo del desarrollo de la razón, en una era de profundo desarrollo tecnológico donde todo se sacrifica, comenzando por la vida del hombre, a la acumulación de riquezas y poder, gracias a lo cual, en realidad, vivimos en la más absoluta barbarie del espíritu. Recapacitemos y salvemos a nuestra juventud, ¡No la hundamos más! |