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Lunes 31 de julio de 2000



"Papá" y "mamá"

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Hermano Pablo
Colaborador

El joven tomó un punzón y escribió: "Papá" y "Mamá". Varias veces, en su breve vida de veintidós años, había escrito esas palabras tan dulces. Las había escrito en tarjetas de cumpleaños, en regalos de Navidad, en fotografías de sus padres.

Pero esta vez las escribió en la cápsula de dos balas, y disparó esas balas contra sus padres. Mateo Heikkila de Tokio, Japón, fue condenado a sesenta años de prisión, sin posibilidad de indultos. El juez en sus considerandos dijo: «Mateo Heikkila es un joven muy resentido, que no está arrepentido.»

Las palabras «papá» y «mamá» son las más afectuosas en todo idioma. Por todo el mundo, donde los valores familiares conservan algo de trascendencia, el padre y la madre son los seres más importantes que existen.

Cuando somos chicos nuestros padres son todo para nosotros. ¿Quién provee el techo y el sustento? ¿Quién nos cuida cuando estamos enfermos? ¿Quién nos cura una herida, provee un cariño o muestra comprensión?

Papá y mamá son ángeles de la guarda que Dios ha puesto para el ser humano en sus primeros años. Y dichoso y feliz el niño que encuentra en ellos el apoyo maravilloso para sus años formativos.

Pero ¿qué pasó en el caso de Mateo Heikkila? ¿Cómo pudo este joven, de apenas veintidós años de edad, darle fin tan cruel a los que él llamaba papá y mamá? Hay una sola respuesta. Tiene que ver con conversaciones entre padres e hijos que no se tuvieron, confidencias que no se revelaron, sentimientos que nunca salieron a la luz, y heridas que nunca sanaron.

Cuando los padres no son totalmente transparentes con sus hijos, cuando no permiten que los agravios se aclaren, cuando cierran los oídos a sus clamores, cuando se corta toda comunicación, en las almas de los hijos quedan enterrados resentimientos muy fuertes que, de no ventilarse, explotan.

Los que somos padres necesitamos abrir nuestro corazón a nuestros hijos y mantener una franca y continua comunicación con ellos. No debe haber nada encubierto en nuestro hogar. Así nuestros hijos tendrán la confianza necesaria para compartir con nosotros sus frustraciones, sus dolores y sus inquietudes antes que se amontonen como pólvora en su pecho.

¿Cómo podemos tener esta relación con nuestros hijos? Teniéndola primero con Dios. Si le confesamos al Señor Jesucristo todas nuestras fallas, la gracia de Dios en nuestra vida afectará también a nuestros hijos. Evitemos toda explosión de resentimientos, manteniendo siempre un ambiente de amor espiritual en nuestro hogar.

 

 

 

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