Odisea de una niña al convivir con piedreros

Redacción
Crítica en Línea
Mucho se ha escuchado hablar de los "llamados piedreros", quienes reciben cualquier paga por lavar y cuidar autos, pero hay personas que desconocen las condiciones en que viven estos individuos que cada día que pasa se envician más. Es normal caminar por las avenidas de la ciudad de Colón y observan que éstos duermen en el piso entre cartones, hacen sus necesidades en las calles oscuras, y pocas veces se bañan. En un inmueble abandonado que sirvió como oficina del antiguo ferrocarril, ubicado en la Calle 12 Avenida del Frente, encontramos 6 familias de drogadictos y alcohólicos que han escogido este lugar como su refugio. Atanasia Ayarza, de 36 años, vive con su hija Katia Marilyn Vásquez, de 14 años, quien es estudiante de II año, quien realiza diariamente una odisea para asistir a clases. Esta señora ha preferido llevar una vida de abandono, ya que el alcohol es lo primero para ella, aunque nos hizo ver que si logra una oportunidad de trabajo quizás cambiaría. ¿Pero qué ejemplo puede recibir esta menor en una guarida de gente de mal vivir, de drogadictos que cuando consumen el crack o la piedra se transforman y sienten deseos de cualquier cosa?. Así mismo conocimos a otro de sus inquilinos Reynaldo Anderson, de 40 años, quien lava buses de la línea Panamá-Colón para poder comprar su vicio y comer. Reynaldo dice que se levanta temprano (a las diez) y hace su recorrido para iniciar el trabajo de limpieza de los colectivos. El mismo caso es el de Arcenio Miguel García, un joven de 37 años, que aparente más edad por el consumo indiscriminado de piedras. "No te voy a engañar, por qué mentir, yo cojo 50 piedras, "pepas" por día, ¿cómo hace? Esa es la pregunta, si cada piedra tiene un valor de un balboa. María Cecilia Mirena, de 34 años, habita fuera del refugio, a ella su marido le construyó una caja de madera (estilo corral) allí duerme y no sólo, eso tiene relaciones sexuales, "espero cuando no pasa nadie y tengo mis relaciones". Para María fumar drogas es natural, "me voy a morir con este vicio pues no lo pienso abandonar, me gusta la piedra y aunque mi familia ha tratado de ayudarme yo no les hago caso". Tomás Martínez Perea, de 32 años, es el reflejo de un niño que creció entre los problemas de violencia intrafamiliar, su cuerpo al igual que el de Miguel García, está marcado con los tatuajes que nos dicen mucho de su pensamiento. Una pistola dibujada en su pecho con la frase "matar o morir" es lo que siente cada vez que se "vuela", nos dijo que las ganas de disparar (aunque no tiene pistola) se meten en su mente. Lo que hace es destruir lo que encuentra a su paso, para luego arreglarlo. Todos ellos tienen fuera de la caseta, un pequeño fogón con un sartén, allí fríen plátanos, yuca, desperdicios de puerco y pescuezo de gallina que son sólo sus alimentos diarios. El que no coopera, ya sea cocinando o aportando a la paila no come, "esa es la ley" lo dicen al mismo tiempo, mientras que sus necesidades las hacen en cartones o bolsas plásticas que lanzan en su basurero que está frente a ellos. De esta forma insalubre entre moscas y mal olor con el peligro de una epidemia llevan más de cuatro años, sin que autoridad alguna se fije en que ellos existen. Pero también porque no ponen de su parte, y así continúan habitando en un lugar cercano a las navieras y a uno de los principales puertos de este sector. El vicio ha podido más que el consejo, que los hijos, la familia y los amigos porque están conscientes de su situación, pero ninguno pretende cambiar.
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