Con el aumento de la población en Panamá, se espera que en algún momento dentro de los próximos 10 años, el número de personas en edad de trabajar llegue a su pico, para entonces comenzar un período de envejecimiento progresivo de los habitantes en general.
Para el año 2025, se calcula que la población total del país alcance los 4.2 millones de personas. Y de esos, 597 mil serán adultos mayores.
Si tiramos línea aun más lejos, al año 2050, seremos 5 millones de panameños, y del total 1.1 millones estarán en la categoría de "abuelitos". Son números a considerar.
Sin embargo, hoy en el año 2009 es común ver a los más viejitos de la casa solos en un rincón, abandonados por los más jóvenes, quienes prefieren hacer su vida, vivir los minutos que tienen en este mundo, y por nada se dedican a acompañar a quienes ya vivieron y están de salida.
Tal vez por eso hay tanto anciano solo en el mundo. Abarrotan los asilos, van solitos a cobrar sus pensiones y son víctimas de atraco, son presa de la más vil soledad en cuartitos de alquiler, y hasta deben ser atendidos por trabajadores sociales porque en sus familias nadie se ocupa de ellos.
No hay manera para que el común de los panameños se conduela y vea en los ancianos un reflejo de lo que puede ser su vida dentro de unos años. Acaso nos ponemos a pensar que muy pronto nosotros estaremos así, sin mayores recursos para la vida, enfermos, lentos, enfermos.
Y que entonces necesitaremos de alguien que nos dé la mano, que nos proporcione medicinas y compañía, o que por lo menos se siente frecuentemente con nosotros a escuchar los cuentos de la vida pasada, y se ría un poco, y nos ayude a pasar esos ratos finales.
Pensamos que esos ancianitos lo que más necesitan no es ni dinero ni ropa ni casa ni comida, que sí lo requieren, si no que están hambriento es de alguien al lado para hablar, para contar anécdotas y quejarse del dolor de un pie o de una mano. Nada más. El anciano está urgido de una mano amiga, de un par de oídos y de una sonrisa de vez en cuando.
Dejarlos tirados y olvidados como si fueran objetos y no personas, es lamentable. Debemos preocuparnos para que la vida no nos regrese las ingratitudes que ahora injustamente clavamos en el corazón de los más viejos de la casa.