MENSAJE
Hasta
la basura sirve para algo
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
Mirar desde
la ventana de ese sexto piso era ver un paisaje gris y sombrío.
Porque la ventana de ese apartamento daba a un oscuro callejón
del barrio de Harlem, Nueva York. Y el callejón era, en
sí mismo, un enorme depósito de basura infestado
de ratas.
Fue por esa ventana, a treinta metros de altura, que cayó
el pequeño Ramal Gentry, de dos años de edad, hijo
de Rhonda Gentry. Pero la basura lo recibió blandamente,
como los mismos brazos de su madre, y el pequeño no sufrió
más que el susto. «Dios y la basura -declaró
después la madre- hicieron el milagro.»
Es interesante cómo aquello que tenemos por inservible
viene a veces a salvarnos de algún desastre. Se supone
que la basura no sirve para nada. Por eso la quitamos de la casa,
la metemos en bolsas plásticas o de papel y la llevamos
al basurero general. O la dejamos en el sitio indicado para que
la recoja la municipalidad.
La ciudad recoge cada día millones de toneladas de
basura y la lleva lejos, para que no ofenda a nadie. Pero con
esa basura se rellenan terrenos baldíos, o se pone la
base para nuevos caminos, o se quema y se saca de ella energía.
En el caso del pequeño Ramal, la basura sirvió
para salvarle la vida y para que su madre elevara una oración
de gratitud a Dios.
En la célebre parábola del hijo pródigo
relatada por Jesucristo, se cuenta del joven que vivió
perdidamente derrochando toda su herencia. Lo gastó todo
hasta que se vio pobre y derrotado, cuidando cerdos y comiendo
basura. Pero esa miserable situación sirvió para
que el pródigo tuviera una reacción moral, reacción
que lo hizo regresar a la casa de su padre y al albergue de la
familia.
¿Será posible que nos hallemos hoy en medio
de lo que consideramos un montón de basura? Es más,
¿nos consideramos nosotros mismos un gran basural? Quizá
la vida nos ha vencido. Quizá los vicios nos tienen derrotados.
Quizá nos hallamos quebrados, amargados, desalentados.
Quizá hemos perdido toda esperanza de recuperación
y aun todo deseo de vivir.
Ha llegado entonces el momento de reaccionar. Ha llegado el
momento de pedir socorro divino. Ha llegado el momento de decir:
«He pecado contra el cielo y contra ti. ¡Ayúdame,
Señor!» Jesucristo puede sacar a todo ser humano
de cualquier basural, no importa cuán grande o maloliente
sea. Basta con que clame a Dios en medio de su dolor. Él
sólo espera su clamor.
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