Muchas de las selecciones consideradas favoritas se han quedado fuera del Campeonato Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, entre ellas Brasil, Italia (anterior campeón), Francia (subcampeón), Argentina, Inglaterra y otros con menores expectativas como México, Camerún y Paraguay.
Al redactar esta columna, solo quedan cuatro países en línea para decidir cuál de ellos será el ganador del torneo de mayor trascendencia del mundo deportivo. Con la frustración de sus seguidores, el descontento y la amargura, otras veintiocho naciones ya han partido con más penas que glorias.
De estas cuatro selecciones sobrevivientes, dos poseen Gobiernos monárquicos (España y Holanda) y las otras dos, (Alemania y Uruguay) cuentan con versiones diferentes de democracia presidencial y parlamentaria federal.
Resulta curioso que los dos países monárquicos nunca hayan ganado una Copa Mundial de Fútbol, mientras que Uruguay y Alemania, presidencialista y parlamentaria, se han llevado dos y tres títulos, respectivamente.
Hasta ahora, nunca el campeonato ha sido alcanzado por una nación gobernada por reyes, donde es conocido el orden, el equilibrio, la justa repartición de las riquezas y el desarrollo socioeconómico de la población.
El país con más galardones, Brasil, tiene un elevado índice de criminalidad, a pesar de haber logrado avanzar económicamente en los últimos años, lo que mueve a pensar que el fútbol es una especie de catarsis creativa de muchos individuos hacinados en favelas.
Los reinos de Holanda y España buscarán ceñirse los laureles del triunfo por primera vez en su historia, pero antes deberán deshacerse de las representaciones de los Gobiernos democráticamente elegidos, dejando abierta la posibilidad de una batalla entre súbditos de la realeza, tal como ocurría en la antigüedad.
También podría escenificarse un encuentro entre las naciones presidencialista y parlamentaria, en un choque de estilos de Gobierno diferentes, pero dentro de un mismo sentido político e ideológico, todo en el marco del fenómeno de la globalización.
Finalmente, no sería raro que la final del campeonato sea una confrontación entre monarquía y democracia, la una como ejemplo de desarrollo avanzado y de civilidad, y la otra todavía en busca de un método que la lleve a la estabilidad y el perfeccionamiento de su sistema.