Dentro de una semana caerá el telón del Mundial, el capitán de la selección vencedora levantará la copa, resplandecerá en la noche la luz de los fuegos artificiales, el séquito de la FIFA abandonará Sudáfrica y el país se preguntará qué será de esos estadios en los que ha invertido cifras millonarias.
Diez estadios en nueve ciudades, cuatro de ellos renovados y otros seis especialmente construidos para albergar el Mundial, algunos de ellos en ciudades que ni siquiera cuentan con un equipo en la elite del fútbol o el rugby nacional.
"Algunos de estos estadios, simplemente, no van a estar en posición de cubrir gastos. En este sentido, darán pérdidas", dijo el mes pasado al diario "Mail & Guardian" el economista Stan du Plessis, de la Universidad de Stellenbosch.
El Gobierno sudafricano ha desembolsado unos 2.600 millones de dólares en los estadios del Mundial, dos de ellos, el de las pequeñas ciudades de Nelspruit y Polokwane, para albergar solamente cuatro partidos de la fase previa, un dispendio insensato para no pocos analistas.
"Si yo estoy batallando en una gran ciudad, no quiero ni pensar en lo que están haciendo mis colegas en Polokwane y Nelspruit", señaló Mike Sutcliffe, el administrador del estadio de Durban, uno de los recintos más costosos entre los construidos para esta fase final del Mundial.
Lo que están haciendo, dicen los propios interesados, es postularse para organizar un calendario de actividades, como conciertos o acontecimientos deportivos internacionales, que hagan rentable la construcción de estos recintos, a los que los anglosajones denominan "elefantes blancos".
Sólo el estadio de Polokwane, en la provincia de Limpopo, una de las más menesterosas del país, se traga unos dos millones de dólares anuales en mantenimiento, una cifra colosal para una región extremadamente necesitada de una mejora de servicios básicos como la educación.